miércoles, 11 de junio de 2014

CAPITULO 40




Un millón de pensamientos cruzaron por mi mente en ese preciso segundo. No podíamos seguir haciendo eso. 


Teníamos que seguir adelante o parar. «Ahora.» 


Estaba interfiriendo con mis negocios, mi sueño, mi cabeza... toda mi maldita vida.


Pero no importaba cuánto intentara engañarme, yo sabía lo que quería. No podía dejarla ir.


Ella prácticamente salió corriendo por el pasillo, pero yo fui tras ella.


—¡No puedes hacer algo como eso y después esperar que te deje largarte sin más!


—¿Cómo que «no puedes»? —me gritó por encima del hombro. Llegó a su habitación e intentó torpemente meter la llave en la cerradura hasta que lo consiguió.


Llegué a su puerta justo cuando la estaba abriendo y nuestras miradas se encontraron durante un breve momento antes de que entrara corriendo e intentara cerrarla a la fuerza. Metí la mano y abrí la puerta de un empujón tan violento que golpeó con fuerza la pared que tenía detrás.

—Pero ¿qué coño crees que estás haciendo? —me chilló. 


Entró en el baño que estaba justo enfrente de la puerta y se volvió para mirarme.


—¿Vas a dejar de huir de mí? —pregunté y la seguí. Mi voz resonaba en aquel pequeño espacio—. Si esto es por esa mujer de abajo...


Ella pareció más furiosa al oír mis palabras, si es que eso era posible, y dio un paso hacia mí.


—No te atrevas a seguir por ese camino. Yo nunca he actuado como una novia celosa. —Negó con la cabeza indignada antes de girarse hacia el lavabo y buscar algo en su bolso. 

La miré mientras me iba frustrando cada vez más. ¿Y a qué más podía deberse aquello? Estaba totalmente desconcertado. Cuando se enfadaba así, a estas alturas ya debería haberme empujado contra la pared y tenerme medio desnudo. Pero esta vez parecía realmente preocupada.


—¿Crees que me voy a interesar por cualquier mujer que me ponga la llave de su habitación en la mano? Pero ¿qué tipo de tío crees que soy?


Ella golpeó un cepillo contra la superficie del lavabo y levantó la vista para mirarme furiosa.


—¿No estarás hablando en serio? Sé que tú has hecho esto antes. Solo sexo, nada de compromisos... Estoy segura de que te dan llaves de habitación continuamente.


Abrí la boca para responder; para ser sincero, sí que había tenido relaciones que no se basaban más que en el sexo, sin embargo lo que tenía con Paula hacía tiempo que no era «solo sexo»

Pero ella me interrumpió antes de que pudiera hablar. 

—Yo nunca he hecho nada ni parecido a esto y ya no sé cómo llevarlo —me dijo y su voz iba subiendo con cada palabra—. Pero cuando estoy contigo, es como si nada más importara. Esto... Esto —continuó haciendo un gesto que nos incluía a ambos— ¡no tiene nada que ver conmigo! Es como si me convirtiera en una persona diferente cuando estoy contigo, y lo odio. No puedo hacerlo, Pedro. No me gusta la persona en la que me estoy convirtiendo. Trabajo mucho. Me importa mi trabajo. Soy inteligente. Y nada de eso importará si la gente se entera de lo que está pasando entre nosotros.Búscate a otra.


—Ya te lo he dicho, no he estado con nadie desde que empezamos con esto.

—Eso no significa que no vayas a coger una llave si te la ponen en la mano. ¿Qué habrías hecho si no hubiera aparecido?


—Devolvérsela —dije sin dudarlo. 

Pero ella solo se rió; claramente no me creía.


—Mira, todo esto me tiene agotada ahora mismo. Solo quiero darme una ducha y meterme en la cama.


Era casi imposible siquiera pensar en irme de allí y dejar aquello sin resolver, pero ella ya se había apartado de mí y estaba abriendo el grifo de la ducha. Cuando fui a abrir la puerta que daba al pasillo, la miré, ya envuelta en vapor y mirando cómo me iba. Y parecía tan confusa como yo, maldita sea. 

Sin pensarlo, crucé la habitación, le cogí la cara entre las manos y la acerqué a mí.


Cuando nuestros labios se encontraron, ella dejó escapar un sonido estrangulado de rendición e inmediatamente hundió las manos en mi pelo. La besé con más fuerza,reclamando sus sonidos como míos, haciendo míos también sus labios y su sabor.


—Firmemos una tregua por una noche —le dije dándole tres breves besos en los labios, uno a cada lado y uno un poco más largo en el centro, en el corazón de su boca—. Dámelo todo de ti por una noche, no te guardes nada. Por favor, Paula, te dejaré en paz después de eso, pero no te he visto durante casi dos semanas y... necesito esta noche al menos.

CAPITULO 39



Condujo en silencio; los únicos sonidos eran el ronroneo del motor y la voz del GPS dándonos direcciones para llegar al hotel. Yo me entretuve repasando la agenda e intentando ignorar al hombre que tenía al lado.


Quería mirarlo, estudiar su cara. Estaba deseando estirar la mano y tocar la sombra de barba de su mandíbula, decirle que parara y me tocara.


Todos esos pensamientos no dejaban de pasar por mi mente, lo que me hizo imposible concentrarme en los papeles que tenía delante. El tiempo que habíamos pasado separados no había aplacado en absoluto el efecto que tenía sobre mí. Quería preguntarle cómo habían ido las dos últimas semanas. La verdad es que lo que quería saber era cómo estaba. 


Con un suspiro cerré la carpeta que tenía en el regazo y me volví para mirar por la ventanilla.


Debimos pasar junto al océano, buques de la Marina y gente pasando por las calles, pero yo no vi nada. Lo único que había en mi mente era lo que había en el interior del coche. Sentía cada movimiento, cada respiración. Sus dedos daban golpecitos contra el volante. La piel chirriaba cuando se movía en el asiento. Su olor llenaba el espacio cerrado y me hacía imposible recordar por qué necesitaba resistirme. 


Él me envolvía completamente.


Tenía que ser fuerte para probar que era yo quien controlaba mi vida, pero todas las partes de mí me pedían a gritos sentirlo. Necesitaría recomponerme en el hotel antes del congreso, pero con él tan cerca, todas esas buenas intenciones me abandonaron.


—¿Está bien, señorita Chaves? —El sonido de su voz me sobresaltó y me volví para encontrarme con sus ojos color avellana. Mi estómago se llenó otra vez de mariposas al ver la intensidad que había tras ellos. ¿Cómo había podido olvidar lo largas que eran sus pestañas?


—Ya hemos llegado. —Señaló el hotel y me sorprendí de que ni siquiera me hubiera dado cuenta—. ¿Va todo bien? 

—Sí —respondí con rapidez—. Es que ha sido un día muy largo.

—Hummm —murmuró sin dejar de mirarme. Vi que su mirada pasaba a mi boca y Dios, cómo quería que me besara. Echaba de menos el dominio de sus labios sobre los míos, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera desear más que saborearme. Y sospechaba que a veces eso podía incluso ser cierto. 

Como si me viera de alguna forma atraída por él, me incliné hacia su asiento. La electricidad se puso en funcionamiento entre nosotros y volvió a mirarme a los ojos.


Él también se inclinó para acercarse a mí y sentí su aliento caliente contra la boca.


De repente mi puerta se abrió y yo di un salto en el asiento, sobresaltada al ver al botones del hotel allí de pie, expectante, con la mano tendida. Salí del coche e inspiré hondo el aire que no estaba lleno de su olor intoxicante. El botones cogió las maletas y el señor Alfonso se disculpó para ir a contestar una llamada mientras nos registrábamos.

El hotel estaba lleno de otros asistentes al congreso y vi varias caras que me eran familiares. Había hecho planes para quedar con un grupo de alumnos de mi máster en algún momento de aquel viaje. Saludé con la mano a una mujer que reconocí.


Estaría muy bien poder ver a amigos mientras estábamos allí. Lo último que necesitaba era sentarme sola en mi habitación del hotel y fantasear con el hombre que estaría abajo, en la sala.

Después de que me dieran las llaves y de decirle al botones que subiera las maletas a nuestras habitaciones, me dirigí al salón en busca del señor Alfonso. La recepción de bienvenida estaba en su apogeo y, tras examinar la gran estancia, lo encontré al lado de una morena muy alta. 


Estaban bastante juntos, con la cabeza de él un poco inclinada para escucharla.


Su cabeza no me dejaba ver la cara de la mujer y entorné los ojos cuando me di cuenta de que ella levantaba la mano y le agarraba el antebrazo. Se rió por algo que él dijo y se apartó un poco, lo que me dejó verla mejor.


Era guapísima, con un pelo liso y negro que le llegaba por los hombros. Mientras la miraba, ella le puso algo en la mano y le cerró los dedos sobre ello. Una expresión extraña cruzó la cara del señor Alfonso cuando miró lo que tenía en la mano.


«Tiene que estar de coña. ¿Le acaba... Le acaba de dar la llave de su habitación?»


Los observé un momento más y entonces algo dentro de mí saltó al ver que seguía mirando la llave como si estuviera pensándose si metérsela o no en el bolsillo. Solo pensar en él mirando a otra mujer con la misma intensidad, deseando a otra, hizo que el estómago se me retorciera por la furia. 


Antes de poder detenerme, crucé con decisión la sala hasta llegar junto a ambos.

Le puse la mano en el antebrazo y él parpadeó al mirarme, con una expresión de duda en la cara.


—Pedro, ¿ya podemos subir a la habitación? —le pregunté en voz baja. 

Él abrió mucho los ojos y también la boca por el asombro. 


Nunca le había visto tan mudo como en ese momento.


Y entonces me di cuenta: yo nunca antes le había llamado por su nombre de pila. 

—¿Pedro? —volví a preguntar y algo pasó como un relámpago por su cara.


Lentamente la comisura de su boca se elevó hasta formar una sonrisa y nuestras miradas se encontraron un momento. 
Al volverse hacia ella, él sonrió con condescendencia y habló en una voz tan suave que hizo que me estremeciera. 

—Discúlpanos —dijo, devolviéndole discretamente su llave—. Como ves, no he venido solo.


El pulso acelerado provocado por la victoria eclipsó completamente el horror que debería estar sintiendo en ese momento. Él colocó su mano cálida en la parte baja de mi espalda mientras me guiaba hacia la salida del salón y después cruzamos el vestíbulo. Pero cuando nos acercábamos a los ascensores, mi euforia se fue viendo
reemplazada por otra cosa. Me empezó a entrar el pánico cuando me di cuenta de lo irracional de mi comportamiento. 

Recordar nuestro constante juego del gato y el ratón me agotaba. ¿Cuántas veces al año viajaba él? ¿Cuántas veces le habrían puesto una llave en la mano? ¿Iba a estar allí todas las veces para alejarle de la tentación? Y si no estaba, ¿se metería tranquilamente en la habitación de otra? Y, además, ¿quién demonios creía que podría ser para él? ¡Y a mí no debería importarme!


Tenía el corazón a mil por hora y la sangre me atronaba en los oídos. Otras tres parejas se metieron con nosotros en el ascensor y yo recé para poder llegar a mi habitación antes de explotar. No me podía creer lo que acababa de hacer. 


Levanté la vista y le vi con una sonrisita triunfante.


Inspiré hondo e intenté recordarme que eso era exactamente lo que necesitaba para permanecer alejada. Lo que había pasado en el salón no era algo propio de mí y sí, algo muy poco profesional por parte de ambos, sobre todo en un lugar público de trabajo. Quería gritarle, hacerle daño, enfurecerlo como él me había hecho enfurecer a mí, pero cada vez me costaba más encontrar la voluntad para hacerlo.


Subimos en un silencio tenso hasta que la última pareja salió del ascensor y nos dejó solos. Cerré los ojos, intentando centrarme solo en respirar, pero, por supuesto,todo lo que podía oler allí era a él. No quería que estuviera con nadie más y ese sentimiento era tan abrumador que me dejaba sin aliento. Y era aterrador,porque si tenía que ser sincera conmigo misma, él podía destrozarme el corazón. 


Podría destrozarme a mí. 


El ascensor paró con un timbrazo suave y las puertas se abrieron en nuestra planta. 


—¿Paula? —me dijo con la mano en mi espalda.


Me volví y salí apresuradamente del ascensor. 


—¿Adónde vas? —gritó desde detrás de mí. Oí sus pasos y supe que iba a haber problemas—. ¡Paula, espera! 


No podía huir de él para siempre. Ni siquiera estaba segura de que quisiera seguir haciéndolo.


CAPITULO 38



¿Cómo demonios consigue una persona mejorar su aspecto en nueve días y bajar de un avión sin haber perdido ni un ápice de encanto?


Era casi una cabeza más alto que las personas que lo rodeaban, ese tipo de altura que resalta entre la multitud, y yo le di gracias al universo por eso. Su pelo oscuro estaba tan alborotado como siempre; sin duda se había pasado las manos por el pelo cien veces durante la última hora. Llevaba pantalones de sport oscuros, un blazer color carbón y una camisa blanca con el cuello desabrochado. Parecía cansado y se veía un principio de barba en su cara, pero eso no fue lo que hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora. Él iba mirando al suelo, pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, su cara se dividió con la sonrisa más abiertamente feliz que le había visto nunca. Antes de que pudiera evitarlo, sentí explotar también mi sonrisa, amplia y nerviosa. 


Él se detuvo frente a mí, con una expresión un poco más tensa de lo normal; los dos esperábamos que el otro dijera cualquier cosa. 


—Hola —dije algo violenta, intentando liberar algo de la tensión que había entre nosotros.


Todas las partes de mi cuerpo querían empujarlo hacia el baño de señoras, pero no sé por qué me pareció que no era la mejor manera de saludar al jefe. Aunque no es que eso nos hubiera importado nunca antes.


—Eh... Hola —respondió con la frente un poco arrugada.

«¡Joder, despierta, Paula!» 

Ambos nos volvimos para dirigirnos a la cinta de equipajes y yo sentí que se me ponía toda la piel de gallina solo por estar cerca de él. 

—¿Qué tal el vuelo? —le pregunté aunque sabía cuánto odiaba volar en compañías aéreas comerciales, aunque fuera en primera clase. Aquella situación era tan ridícula... 


Estaba deseando que dijera alguna estupidez para que pudiera contestarle con un grito.


Él pensó un momento antes de responder.


—Bueno, no ha estado mal una vez que hemos logrado despegar. No me gusta lo llenos que van los aviones. —Se detuvo y esperó, rodeado por el bullicio de la gente,pero lo único que yo noté fue la tensión que crecía entre nosotros y cada centímetro de espacio que había entre nuestros cuerpos—. ¿Y cómo se encuentra tu padre? —preguntó un momento después.


Asentí.


—Era benigno. Gracias por preguntar.


—De nada.


Pasaron varios minutos en un incómodo silencio y yo me sentí más que aliviada al ver salir su equipaje por la cinta. 


Ambos fuimos a cogerlo al mismo tiempo y nuestras manos se tocaron brevemente sobre el asa. Me aparté y al levantar la vista me encontré con su mirada.


Se me cayó el alma a los pies al ver en sus ojos el ansia que tan bien conocía.


Ambos murmuramos unas disculpas y yo aparté la mirada, pero no antes de ver la sonrisita que aparecía en su cara. 


Afortunadamente ya era el momento de ir a recoger el coche de alquiler y ambos nos dirigimos hacia el aparcamiento.

Pareció satisfecho cuando nos acercamos al coche, un Mercedes Benz SLS AMG. Le encantaba conducir (bueno, lo que le gustaba era ir rápido) y yo, siempre que necesitaba un coche, intentaba alquilarle alguno con el que pudiera divertirse.


—Muy bonito, señorita Chaves—dijo pasando la mano sobre el capó—Recuérdeme que me plantee subirle el sueldo.


Sentí que el deseo familiar de darle un puñetazo recorría mi cuerpo y eso me calmó. Todo era mucho más fácil cuando él se comportaba como un gilipollas integral.


Al pulsar el botón para abrir el maletero le dediqué una mirada de reproche y me aparté para que metiera sus cosas. 


Se quitó la chaqueta y me la dio. Yo la tiré en el maletero.

—¡Ten cuidado! —me reprendió.


—Yo no soy tu botones. Guarda tú tu propia chaqueta.


Él se rió y se agachó para coger su maleta.


—Dios, solo quería que me la sujetaras un momento.


—Oh. —Con las mejillas ruborizadas por mi reacción exagerada, estiré el brazo, recogí la chaqueta y la doblé sobre mi brazo—. Perdón.


—¿Por qué asumes siempre que me voy a comportar como un capullo?

—¿Porque normalmente lo eres?


Con otra carcajada, metió la maleta en el maletero. 

—Debes de haberme echado mucho de menos. 

Abrí la boca para contestar pero me distraje mirándole los músculos de la espalda que le tensaron la camisa al colocar su equipaje en el maletero al lado del mío. De cerca me di cuenta de que la camisa blanca tenía un sutil estampado gris y que estaba hecha a medida para ceñir sus anchos hombros y su estrecha cintura sin que le sobrara tela por ninguna parte. Los pantalones eran gris oscuro y estaban perfectamente planchados. Estaba segura de que él nunca se hacía su propia colada y, maldita sea, ¿quién iba a echárselo en cara cuando estaba tan sexy con las prendas a medida que le limpiaban en la tintorería?


«¡Para ya!»


Cerró el maletero con un golpe, sacándome de mi ensoñación, y yo le di las llaves cuando me tendió la mano. 


Él dio la vuelta, abrió mi puerta, y esperó a que me sentara antes de cerrarla. «Sí, eres un verdadero caballero...», pensé.

CAPITULO 37




Como esperaba, el vuelo a San Diego me dio tiempo para pensar. Me sentía querida y descansada después de la visita a mi padre. Tras su cita con el gastroenterólogo,que nos tranquilizó diciéndonos que el tumor era benigno, nos pasamos el resto del tiempo hablando y recordando a mamá, incluso planeando un viaje para que viniera a verme a Chicago. 


Para cuando me despidió con un beso, yo me sentía lo más preparada posible, teniendo en cuenta la situación. Estaba muy nerviosa por volver a ver cara a cara al señor Alfonso, pero me había dado a mí misma la mejor charla de preparación posible, y había hecho varias compras por internet y tenía la maleta llena de nuevas «braguitas poderosas». Había pensado mucho en mis opciones y estaba bastante segura de que tenía un plan.



El primer paso era admitir que este problema venía de algo más que de la tentación que producía la cercanía. Estar separados por miles de kilómetros de distancia no había servido para calmar mi necesidad. Había soñado con él casi cada noche, despertándome cada mañana frustrada y sola. 


Había pasado demasiado tiempo pensando en lo que estaría haciendo, preguntándome si estaría tan confundido como yo e intentando arrancarle a Sara toda la información que podía sobre cómo iban las cosas por allí.

Sara y yo tuvimos una interesante conversación cuando me llamó para informarme de cómo iba lo de mi sustitución temporal. Me reí como una histérica cuando me enteré de la sucesión de asistentes. Por supuesto que a Pedro le estaba costando mantener a alguien cerca de él. Era un gilipollas.


Yo estaba acostumbrada a sus cambios de humor y a su actitud hosca; profesionalmente nuestra relación funcionaba como un reloj. Pero el lado personal era una pesadilla. Casi todo el mundo lo sabía, aunque no conocían el alcance de la situación.


Muchas veces recordé nuestros últimos días juntos. Algo en nuestra relación estaba cambiando y yo no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. No importaba cuántas veces nos dijéramos que no iba a volver a pasar, porque lo haría. 


Estaba aterrada de que ese hombre, que era mucho más que malo para mí, tuviera más control sobre mi cuerpo de lo que lo tenía yo, no importaba cuánto intentara convencerme a mí misma de lo contrario.


No quería ser una mujer que sacrificaba sus ambiciones por un hombre. 

De pie en la zona de llegadas, me di una última charla de preparación. Podía hacerlo. Oh, Dios, esperaba poder hacerlo. Las mariposas de mi estómago no paraban de revolotear y me preocupé brevemente por si acababa vomitando.


Su avión se había retrasado en Chicago y eran más de las seis y media cuando por fin aterrizó en San Diego. Aunque el tiempo en el avión me había venido bien para pensar, las otras siete horas de espera posteriores solo habían vuelto a poner en funcionamiento mis nervios.


Me puse de puntillas intentando ver mejor entre la multitud, pero no lo vi. Volví a mirar mi móvil y leí otra vez su mensaje.

Acabo de aterrizar. Nos vemos en unos minutos.
 
No había nada sentimental en ese mensaje, pero hizo que me diera un vuelco el estómago. Nuestros mensajes de la noche anterior habían sido igual; nada de lo que dijimos era especial, solo le pregunté qué tal había ido el resto de la semana. Eso no se consideraría inusual en ninguna otra relación, pero era algo totalmente nuevo para nosotros. Tal vez había una posibilidad de que pudiéramos dejar a un lado la animosidad constante y acabar siendo... ¿qué, amigos?


Con el estómago hecho un nudo empecé a caminar arriba y abajo, deseando que mi mente cambiara de marcha y se calmaran los latidos de mi corazón. Sin pensarlo me paré a medio paso y me volví hacia la multitud que se acercaba, buscándolo entre la marea de caras desconocidas. Me quedé sin aliento cuando una mata de pelo conocido destacó entre las demás.


«Por Dios, compórtate,Paula.»


Intenté una vez más mantener mi cuerpo bajo control y volví a levantar la vista.


«Joder, estoy hecha una mierda.» 


Ahí estaba, mejor de lo que nunca le había visto.