miércoles, 11 de junio de 2014

CAPITULO 39



Condujo en silencio; los únicos sonidos eran el ronroneo del motor y la voz del GPS dándonos direcciones para llegar al hotel. Yo me entretuve repasando la agenda e intentando ignorar al hombre que tenía al lado.


Quería mirarlo, estudiar su cara. Estaba deseando estirar la mano y tocar la sombra de barba de su mandíbula, decirle que parara y me tocara.


Todos esos pensamientos no dejaban de pasar por mi mente, lo que me hizo imposible concentrarme en los papeles que tenía delante. El tiempo que habíamos pasado separados no había aplacado en absoluto el efecto que tenía sobre mí. Quería preguntarle cómo habían ido las dos últimas semanas. La verdad es que lo que quería saber era cómo estaba. 


Con un suspiro cerré la carpeta que tenía en el regazo y me volví para mirar por la ventanilla.


Debimos pasar junto al océano, buques de la Marina y gente pasando por las calles, pero yo no vi nada. Lo único que había en mi mente era lo que había en el interior del coche. Sentía cada movimiento, cada respiración. Sus dedos daban golpecitos contra el volante. La piel chirriaba cuando se movía en el asiento. Su olor llenaba el espacio cerrado y me hacía imposible recordar por qué necesitaba resistirme. 


Él me envolvía completamente.


Tenía que ser fuerte para probar que era yo quien controlaba mi vida, pero todas las partes de mí me pedían a gritos sentirlo. Necesitaría recomponerme en el hotel antes del congreso, pero con él tan cerca, todas esas buenas intenciones me abandonaron.


—¿Está bien, señorita Chaves? —El sonido de su voz me sobresaltó y me volví para encontrarme con sus ojos color avellana. Mi estómago se llenó otra vez de mariposas al ver la intensidad que había tras ellos. ¿Cómo había podido olvidar lo largas que eran sus pestañas?


—Ya hemos llegado. —Señaló el hotel y me sorprendí de que ni siquiera me hubiera dado cuenta—. ¿Va todo bien? 

—Sí —respondí con rapidez—. Es que ha sido un día muy largo.

—Hummm —murmuró sin dejar de mirarme. Vi que su mirada pasaba a mi boca y Dios, cómo quería que me besara. Echaba de menos el dominio de sus labios sobre los míos, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera desear más que saborearme. Y sospechaba que a veces eso podía incluso ser cierto. 

Como si me viera de alguna forma atraída por él, me incliné hacia su asiento. La electricidad se puso en funcionamiento entre nosotros y volvió a mirarme a los ojos.


Él también se inclinó para acercarse a mí y sentí su aliento caliente contra la boca.


De repente mi puerta se abrió y yo di un salto en el asiento, sobresaltada al ver al botones del hotel allí de pie, expectante, con la mano tendida. Salí del coche e inspiré hondo el aire que no estaba lleno de su olor intoxicante. El botones cogió las maletas y el señor Alfonso se disculpó para ir a contestar una llamada mientras nos registrábamos.

El hotel estaba lleno de otros asistentes al congreso y vi varias caras que me eran familiares. Había hecho planes para quedar con un grupo de alumnos de mi máster en algún momento de aquel viaje. Saludé con la mano a una mujer que reconocí.


Estaría muy bien poder ver a amigos mientras estábamos allí. Lo último que necesitaba era sentarme sola en mi habitación del hotel y fantasear con el hombre que estaría abajo, en la sala.

Después de que me dieran las llaves y de decirle al botones que subiera las maletas a nuestras habitaciones, me dirigí al salón en busca del señor Alfonso. La recepción de bienvenida estaba en su apogeo y, tras examinar la gran estancia, lo encontré al lado de una morena muy alta. 


Estaban bastante juntos, con la cabeza de él un poco inclinada para escucharla.


Su cabeza no me dejaba ver la cara de la mujer y entorné los ojos cuando me di cuenta de que ella levantaba la mano y le agarraba el antebrazo. Se rió por algo que él dijo y se apartó un poco, lo que me dejó verla mejor.


Era guapísima, con un pelo liso y negro que le llegaba por los hombros. Mientras la miraba, ella le puso algo en la mano y le cerró los dedos sobre ello. Una expresión extraña cruzó la cara del señor Alfonso cuando miró lo que tenía en la mano.


«Tiene que estar de coña. ¿Le acaba... Le acaba de dar la llave de su habitación?»


Los observé un momento más y entonces algo dentro de mí saltó al ver que seguía mirando la llave como si estuviera pensándose si metérsela o no en el bolsillo. Solo pensar en él mirando a otra mujer con la misma intensidad, deseando a otra, hizo que el estómago se me retorciera por la furia. 


Antes de poder detenerme, crucé con decisión la sala hasta llegar junto a ambos.

Le puse la mano en el antebrazo y él parpadeó al mirarme, con una expresión de duda en la cara.


—Pedro, ¿ya podemos subir a la habitación? —le pregunté en voz baja. 

Él abrió mucho los ojos y también la boca por el asombro. 


Nunca le había visto tan mudo como en ese momento.


Y entonces me di cuenta: yo nunca antes le había llamado por su nombre de pila. 

—¿Pedro? —volví a preguntar y algo pasó como un relámpago por su cara.


Lentamente la comisura de su boca se elevó hasta formar una sonrisa y nuestras miradas se encontraron un momento. 
Al volverse hacia ella, él sonrió con condescendencia y habló en una voz tan suave que hizo que me estremeciera. 

—Discúlpanos —dijo, devolviéndole discretamente su llave—. Como ves, no he venido solo.


El pulso acelerado provocado por la victoria eclipsó completamente el horror que debería estar sintiendo en ese momento. Él colocó su mano cálida en la parte baja de mi espalda mientras me guiaba hacia la salida del salón y después cruzamos el vestíbulo. Pero cuando nos acercábamos a los ascensores, mi euforia se fue viendo
reemplazada por otra cosa. Me empezó a entrar el pánico cuando me di cuenta de lo irracional de mi comportamiento. 

Recordar nuestro constante juego del gato y el ratón me agotaba. ¿Cuántas veces al año viajaba él? ¿Cuántas veces le habrían puesto una llave en la mano? ¿Iba a estar allí todas las veces para alejarle de la tentación? Y si no estaba, ¿se metería tranquilamente en la habitación de otra? Y, además, ¿quién demonios creía que podría ser para él? ¡Y a mí no debería importarme!


Tenía el corazón a mil por hora y la sangre me atronaba en los oídos. Otras tres parejas se metieron con nosotros en el ascensor y yo recé para poder llegar a mi habitación antes de explotar. No me podía creer lo que acababa de hacer. 


Levanté la vista y le vi con una sonrisita triunfante.


Inspiré hondo e intenté recordarme que eso era exactamente lo que necesitaba para permanecer alejada. Lo que había pasado en el salón no era algo propio de mí y sí, algo muy poco profesional por parte de ambos, sobre todo en un lugar público de trabajo. Quería gritarle, hacerle daño, enfurecerlo como él me había hecho enfurecer a mí, pero cada vez me costaba más encontrar la voluntad para hacerlo.


Subimos en un silencio tenso hasta que la última pareja salió del ascensor y nos dejó solos. Cerré los ojos, intentando centrarme solo en respirar, pero, por supuesto,todo lo que podía oler allí era a él. No quería que estuviera con nadie más y ese sentimiento era tan abrumador que me dejaba sin aliento. Y era aterrador,porque si tenía que ser sincera conmigo misma, él podía destrozarme el corazón. 


Podría destrozarme a mí. 


El ascensor paró con un timbrazo suave y las puertas se abrieron en nuestra planta. 


—¿Paula? —me dijo con la mano en mi espalda.


Me volví y salí apresuradamente del ascensor. 


—¿Adónde vas? —gritó desde detrás de mí. Oí sus pasos y supe que iba a haber problemas—. ¡Paula, espera! 


No podía huir de él para siempre. Ni siquiera estaba segura de que quisiera seguir haciéndolo.


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