jueves, 19 de junio de 2014

CAPITULO 59




Sabía que las mujeres se pueden poner de mal humor de repente. Conocía unas cuantas que se veían enfrascadas en pensamientos y situaciones imaginarias y con un solo «qué pasaría si...» se remontaban desde treinta mil años atrás hasta el futuro y se enfadaban por algo que asumían que ibas a hacer tres días después.


Pero no me parecía que eso fuera lo que estaba pasando con Paula y de todas formas ella nunca había sido ese tipo de mujer. La había visto furiosa antes. Demonios, de hecho había visto todos los estados de enfado que tenía: molesta, iracunda, detestable y cercana a la violencia.


Pero nunca la había visto dolida.


Se enterró en una montaña de documentos en el corto viaje hasta el aeropuerto. Se excusó para llamar a su padre y ver cómo estaba mientras esperábamos en la puerta.


En el avión se durmió en cuanto llegamos a nuestros asientos, ignorando mis ingeniosas peticiones de que entráramos en el club de los que han follado a más de mil metros. Abrió los ojos el tiempo justo para rechazar la comida, aunque yo sabía que no había desayunado nada. 


Cuando se despertó por fin empezábamos a descender y se puso a mirar por la ventanilla en vez de mirarme a mí.


—¿Me vas a decir qué ocurre?


Tardó mucho en contestarme y mi corazón empezó a acelerarse. Intenté pensar en todos los momentos en que podía haberlo fastidiado todo. Sexo con Paula en la cama. Más sexo con Paula. Orgasmos para Paula. Había tenido muchos orgasmos, para ser sinceros. No creía que fuera eso. Despertarnos, ducha, profesarle mi amor básicamente. El vestíbulo del hotel, Gugliotti, aeropuerto. 

Me detuve. La conversación con Gugliotti me había hecho sentir muy falso. No estaba seguro de por qué había actuado como un capullo posesivo, pero no podía negar que Paula tenía ese efecto en mí. Había estado increíble en la reunión, lo sabía, pero no tenía ni la más mínima intención de dejar que ella bajara un escalón y acabara trabajando para un hombre como Gugliotti cuando acabara su máster. Él seguramente la trataría como a un trozo de carne y se pasaría el día mirándole el trasero.


—Oí lo que dijiste. —Lo dijo en voz tan baja que necesité un momento para registrar que había dicho algo y otro más para procesarlo. Se me cayó el alma a los pies.


—¿Lo que dije cuándo?

Ella sonrió y se volvió, por fin, para mirarme. 

—A Gugliotti. —Joder, estaba llorando.


—Sé que he sonado posesivo. Lo siento.

—Que has sonado posesivo... —murmuró volviéndose otra vez hacia la ventanilla —. Has sonado desdeñoso... ¡Me has hecho parecer infantil! Has actuado como si la reunión fuera un ejercicio de formación. Me he sentido ridícula por cómo te la describí ayer, pensando que era algo más.


Le puse la mano en el brazo y me reí un poco.


—Los hombres como Gugliotti tienen un ego muy grande. Necesita sentir que los ejecutivos los escuchan. Hiciste todo lo que hacía falta. Él solo quería que yo fuera el que le pasara el contrato «oficial»

—Pero eso es absurdo. Y tú lo has alentado, utilizándome a mí como peón.


Parpadeé confuso. Yo había hecho exactamente lo que había dicho. Pero así se jugaba el juego, ¿no?


—Eres mi asistente.


Una breve carcajada escapó de sus labios y se volvió hacia mí otra vez.


—Claro. Porque tú te has preocupado todo este tiempo de cómo ha progresado mi carrera.


—Claro que lo he hecho.


—¿Cómo puedes saber que necesito rodaje? Apenas te fijaste en mi trabajo antes de ayer.


—Eso es totalmente falso —dije y negué con la cabeza. Estaba empezando a irritarme—. Lo sé porque he estado observando «todo» lo que has hecho. No quiero ejercer presión sobre ti para que hagas más de lo que puedes hacer ahora, y por eso estoy manteniendo el control sobre la cuenta de Gugliotti. Pero lo hiciste muy bien y estoy muy orgulloso de ti.


Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el asiento. 

—Me has llamado «niña»

—¿Ah, sí? —Busqué en mi memoria y me di cuenta de que tenía razón—Supongo que no quería que te viera como la mujer de negocios explosiva que eres e intentara contratarte y tirársete. 

—Dios, Pedro. Eres tan imbécil... ¡Tal vez quiera contratarme porque puedo hacer bien el trabajo!


—Discúlpame. Estoy actuando como un novio posesivo.


—Eso del «novio posesivo» no es nuevo para mí. Es que has actuado como si me hubieras hecho un favor. Es lo condescendiente que has sido. Y no estoy segura de que ahora sea el mejor momento para entrar en la interacción típica de jefe y asistente.


—Te he dicho que creo que lo hiciste fantásticamente con él. 

Ella se me quedó mirando mientras empezaba a ponerse roja.


—No deberías haber dicho eso en primer lugar. Deberías haber dicho: «Bien.Vamos a volver al trabajo». Y ya está. Y con Gugliotti actuaste como si me tuvieras bajo tu ala. Antes de esto habrías fingido que apenas me conocías.


—¿De verdad tenemos que hablar de por qué era un capullo antes? Tú tampoco eras la persona más dulce del mundo. ¿Y por qué lo vamos a sacar a relucir ahora
precisamente?


—No estoy hablando de que tú fueras un capullo antes. Estoy hablando de cómo eres ahora. Estás intentando compensarme. Por eso exactamente es por lo que no hay que tirarse al jefe. Eras un buen jefe antes: me dejabas hacer mi trabajo y tú hacías el tuyo. Ahora eres el mentor preocupado que me llama «niña» mientras habla con el
hombre ante el que le he salvado el culo. Es increíble.

Paula... 

—Puedo tratar contigo cuando eres un cabrón tremendo, Pedro. Estoy acostumbrada, es lo que espero de ti. Así es cómo funcionan las cosas. Porque aparte de todos los resoplidos y portazos, sé que me respetas. Pero el modo en que te has comportado hoy... eso establece una línea que no había antes. —Negó con la cabeza y volvió a mirar por la ventana.

—Creo que estás exagerando.


—Tal vez —dijo agachándose para sacar el teléfono de su bolso—. Pero me he dejado los cuernos para llegar donde estoy ahora... ¿Y qué estoy haciendo arriesgándolo?


—Podemos hacer las dos cosas, Paula. Durante unos pocos meses, podemos trabajar y estar juntos. Esto, lo que está pasando hoy, se llama miedo a pasar de nivel.


—No estoy segura —dijo parpadeando y mirando más allá de mí—. Estoy intentando hacer lo más inteligente, Pedro. Nunca antes había cuestionado mi valía, ni cuando creía que tú sí lo hacías. Y entonces, cuando creía que veías exactamente quién era, me has menospreciado así... —Levantó la vista con los ojos llenos de dolor—. Supongo que no quiero empezar a cuestionarme ahora, después de todo lo que he trabajado.


El avión aterrizó con una sacudida, pero eso no me sobresaltó tanto como lo que ella acababa de decir. Había tenido discusiones con los presidentes de algunos de los departamentos financieros más grandes del mundo. Me había metido en el bolsillo a ejecutivos que creían que podían machacarme. Podía pelear con esta mujer hasta que terminara el mundo y solo me sentiría más hombre con cada palabra. Pero justo en ese momento no fui capaz de encontrar nada que decirle.

CAPITULO 58




Pedro fue al coche mientras yo me quedaba en la recepción dejando las llaves de las habitaciones. Con una última mirada al vestíbulo, intenté recordar todo lo que había pasado en aquel viaje. Cuando salí y vi a Pedro al lado del botones, mi corazón empezó a latir como un loco bajo mis costillas. Todo me daba vueltas todavía. Me di cuenta de que me había dado muchas oportunidades de decirle lo que quería y yo había estado demasiado insegura de si podíamos hacer que funcionara. 


Aparentemente él era más fuerte que yo. 


«Me estoy enamorando de ti.»


Se me retorció el estómago deliciosamente. 


El señor Gugliotti vio a Pedro desde la acera y se acercó. Se estrecharon las manos y parecieron intercambiar comentarios corteses. Quería acercarme y unirme a la conversación como una más, pero me preocupaba no poder contener lo que estaba ocurriendo en ese momento en mi corazón y que mis sentimientos por Pedro se vieran en mi cara.


El señor Gugliotti me miró, pero no pareció reconocerme fuera de contexto. 

Volvió a mirar a Pedro y asintió ante algo que había dicho. 


Esa falta de reconocimiento me hizo dudar aún más. 


Todavía no era alguien en quien se fijara la gente. Tenía en las manos los papeles del hotel, la lista de cosas por hacer de Pedro y su maletín. Me quedé algo alejada: solo una becaria. 

Haciendo tiempo, intenté disfrutar de los últimos momentos de brisa del mar. La voz profunda de Pedro me llegaba desde la distancia que nos separaba.


—Parece que entre todos sacaron unas cuantas buenas ideas. Me alegro de que Paula tuviera la oportunidad de participar en el ejercicio. 

El señor Gugliotti asintió y dijo:
Paula es inteligente. Todo fue bien. 

—Estoy seguro de que podemos ponernos en contacto a través de videoconferencia pronto para empezar el proceso de traspaso de la cuenta.


«¿Ejercicio? ¿Empezar?» Pero ¿no es eso lo que he hecho ya? Le di a Gugliotti unos documentos legales para que los firmara y los enviara de vuelta por mensajería... 

—Suena bien. Le pediré a Annie que te llame para arreglarlo. Me gustaría repasar los términos contigo. No estoy cómodo teniendo que firmarlos ahora. 

—Claro, es normal.


El corazón se me aceleró cuando una espiral de pánico y humillación recorrió mis venas. Era como si la reunión que habíamos tenido no hubiera sido más que una mera representación para mí y que el trabajo de verdad se llevaría a cabo entre esos dos hombres cuando volvieran al mundo real.

«¿Es que todo el congreso ha sido una enorme fantasía?» 


Me sentí ridícula al recordar los detalles que había compartido con Pedro. Qué orgullosa había estado de hacer eso por él y ocuparme de ello mientras él estaba enfermo... 


—Federico me dijo que Paula tiene una beca Miller. Es fantástico. ¿Se va a quedar en Alfonso Media cuando la termine? —preguntó Gugliotti.


—No lo sé con seguridad todavía. Es una niña increíble. Pero todavía le falta un poco de rodaje.


Me quedé sin aliento de repente, como si me hubieran encerrado en un vacío.


Pedro  tenía que estar de broma. Yo sabía sin necesidad de que Horacio me lo dijera (y me lo había dicho infinidad de veces) que tendría trabajos para elegir cuando terminara. 


Llevaba años trabajando en Alfonso Media, dejándome los cuernos para sacar adelante mi trabajo y mi licenciatura. 


Conocía algunas cuentas mejor que la gente que las llevaba. Y Pedro lo sabía.


Gugliotti rió.


—Le falte rodaje o no, yo la contrataría sin pensarlo. Mantuvo muy bien el tipo en la reunión, Pedro

—Claro que sí —dijo Pedro —. ¿Quién te crees que la ha formado? La reunión contigo fue una buena forma de que entrara un poco en materia, por eso te lo agradezco. No dudo de que le irá estupendamente acabe donde acabe. Eso sí, cuando esté lista. 

No parecía otra cosa que el Pedro Alfonso que conocía. No era el amante que había dejado unos minutos atrás, agradecido y orgulloso de mí por haber sido capaz de dar la cara por él de forma tan competente. Este ni siquiera era el tipo odioso que solo hacía alabanzas a regañadientes. Este era otra persona. Alguien que me llamaba «niña» y que actuaba como si «él» me hubiera hecho un favor a «mí»
¿Rodaje? ¿Acaso lo había hecho solo «bien»? ¿Él había sido mi «mentor»? ¿En qué universo? 

Me quedé mirando los zapatos de la gente que pasaba delante de mí mientras entraban y salían por las puertas giratorias. ¿Por qué me parecía que se me había caído el alma a los pies dejando nada más que un agujero lleno de ácido? 

Llevaba en el mundo de los negocios el tiempo suficiente para saber cómo funcionaba. La gente que estaba arriba no había llegado allí compartiendo sus logros. Habían llegado gracias a hacer grandes promesas, reclamar para sí grandes cosas y alimentar unos egos todavía más grandes. 

«En mis primeros seis meses en Alfonso Media conseguí una cuenta de marketing de sesenta millones de dólares.»


«He gestionado la cartera de cien millones de dólares de L’Oréal.»


«He diseñado la última campaña de Nike. »


«Y convertí un ratón de campo en un tiburón de los negocios.»


Siempre había sentido que me alababa contra su voluntad, y había algo satisfactorio en demostrar que no tenía razón, en superar sus expectativas aunque solo fuera para fastidiarlo. Pero ahora que habíamos admitido que nuestros sentimientos se habían convertido en algo más, él quería reescribir la historia. Él no había sido un mentor para mí; yo no había necesitado que lo fuera. Él no me había empujado hacia el éxito; si algo había hecho antes de este viaje era ponerse en mi camino. Había intentado que dimitiera siendo todo el tiempo un cabrón. 

Y lo había dado todo por él a pesar de ello. Y ahora estaba arrastrando mis logros por el fango solo para salvar la cara por no haber asistido a una reunión. 

Mi corazón se rompió en mil pedazos. 

—¿Paula? 

Levanté la vista y me encontré con su expresión confundida.

—El coche está listo. Creía que habíamos quedado en encontrarnos fuera.


Parpadeé y me limpié los ojos como si tuviera algo dentro y no como si estuviera a punto de caerme redonda allí mismo, en el vestíbulo del hotel Wynn.


—Es verdad. —Cogí las cosas y lo miré—. Se me había olvidado.


De todas las mentiras que le había dicho, esa era la peor porque él la notó inmediatamente. Y por la forma en que unió las cejas y se acercó, con la mirada ansiosa e inquisitiva, no tenía ni idea de por qué yo sentía que tenía que mentirle sobre algo como eso.


—¿Estás bien, cariño?


Parpadeé de nuevo. Me había encantado cuando me había llamado eso mismo veinte minutos antes, pero ahora no parecía estar bien.


—Solo cansada.


También supo que estaba mintiendo, pero esta vez no me preguntó nada. Me puso la mano en la parte baja de la espalda y me llevó hasta el coche.

CAPITULO 57




La habitación de al lado se veía extrañamente inmaculada, incluso para una cadena de hoteles de categoría. No necesité mucho tiempo para hacer la maleta y menos para ducharme y vestirme. Pero algo evitó que volviera a la habitación de Paula tan pronto. Era como si ella necesitara un poco de tiempo allí a solas para librar la batalla silenciosa que se estuviera produciendo en su interior. 


Para mí era obvio que ella estaba atravesando un conflicto, pero ¿hacia dónde se decantaría al final? ¿Decidiría que quería intentarlo? ¿O decidiría que no era posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y nosotros?


Cuando mi impaciencia superó a mi caballerosidad, saqué mi maleta al pasillo y llamé a su puerta.


Ella la abrió vestida como una pin up caracterizada de mujer de negocios traviesa y me llevó un siglo subir desde sus piernas hasta sus pechos y por fin a su cara.


—Hola, preciosa.


Ella me dedicó una sonrisa tímida.


—Hola.


—¿Lista? —pregunté pasando a su lado para coger su maleta. La manga de mi chaqueta le rozó el brazo desnudo y antes de que pudiera entender del todo lo que estaba pasando, ella me había agarrado la corbata y se la había enredado en el puño. 

Un segundo después tenía la espalda contra la pared y su boca sobre la mía. 

Me quedé helado por la sorpresa.


—Vaya, menudo saludo —murmuré contra sus labios.

Con una mano sobre mi pecho, empezó a soltarme la corbata y gimió dentro de mi boca cuando sintió que mi miembro empezaba a crecer contra su cuerpo. Sus hábiles dedos me sacaron la corbata del cuello de la camisa y después la tiraron al suelo antes de que pudiera siquiera recordar que teníamos que coger un vuelo.


—Paula —dije esforzándome por apartarme de ella y de sus besos—. Cielo, no tenemos tiempo para esto.


—No me importa. —Ella no era más que dientes y labios, lametones por todo mi cuello, manos ávidas soltándome el cinturón y cogiendo mi sexo. 

Solté una maldición entre dientes, completamente incapaz de resistirme a la forma en que me agarraba a través de los pantalones ni a su forma exigente de apartarme y quitarme la ropa. 

—Joder, Paula, has perdido la cabeza, estás salvaje.


La giré y ahora fue su espalda la que estaba contra la pared. Le metí la mano debajo de la blusa y le aparté a un lado sin miramientos una copa del sujetador. Su necesidad era contagiosa y mis dedos recibieron encantados el endurecimiento de sus pezones y la curva firme de su pecho que ella apretaba contra mi palma. Bajé la mano y le subí la falda hasta la cadera, le bajé la ropa interior que ella apartó a un lado con el pie y la levanté del suelo.


Necesitaba estar dentro de ella en ese preciso instante.


—Dime que me deseas —me dijo. Las palabras salían a la vez que sus exhalaciones y eran prácticamente solo aire. Estaba temblando y tenía los ojos fuertemente cerrados.


—No tienes ni idea. Quiero todo lo que me quieras dar.


—Dime que podemos hacer esto. —Me bajó los pantalones y los calzoncillos por debajo de las rodillas y me rodeó la cintura con las piernas a la vez que me clavaba el tacón del zapato en el trasero. Cuando mi miembro se deslizó contra ella, entrando solo un poco, le cubrí la boca porque dejó escapar una especie de lamento, casi un gemido.


O un sollozo. 

Me aparté para mirarle la cara. Tenía lágrimas cayéndole por las mejillas.


—¿Paula

—No pares —me dijo con un hipo, inclinándose para besarme el cuello. 

Escondiéndose. Intentó meter una mano entre los dos para cogerme. Era una extraña forma de desesperación. Ambos habíamos probado los polvos frenéticos y rápidos escondidos en alguna parte, pero esto era algo completamente diferente.


—Para. —La empujé, incrustándola contra la pared—. Cariño, ¿qué estás haciendo?


Por fin abrió los ojos, fijos en el cuello de mi camisa. Me soltó un botón y después otro.


—Solo necesito sentirte una vez más.


—¿Qué quieres decir con «una vez más»?


Ella no me miró ni dijo nada más.


Paula, cuando salgamos de esta habitación podemos dejarlo todo aquí. O podemos llevarnos todo lo que hay con nosotros. Creo que podemos arreglárnoslas...
Pero ¿tú también lo crees? 

Ella asintió mordiéndose el labio con tanta fuerza que ya lo tenía blanco. Cuando lo soltó, se volvió de un rojo tentador y decadente. 

—Eso es lo que quiero.


—Te lo he dicho, quiero más de esto. Quiero estar contigo. Quiero ser tu amante —le juré mientras me pasaba las manos por el pelo—. Me estoy enamorando de ti,Paula.


Ella se inclinó, riendo, y el alivio se sintió en todo su cuerpo. 


Cuando se puso de pie, me acercó otra vez y apretó los labios contra mi mejilla. 

—¿Lo dices en serio?


—Totalmente en serio. Quiero ser el único tío que te folla contra las ventanas y también la primera persona que veas por la mañana a tu lado... después de haberme robado la almohada. También me gustaría ser la persona que te traiga a ti polos de lima cuando hayas comido sushi en mal estado. Solo nos quedan unos meses en los que esto puede ser potencialmente complicado. 

Con mi boca sobre la suya y las manos agarrándole la cara, creo que por fin empezó a entender.


—Prométeme que me llevarás a la cama cuando volvamos —me dijo.


—Te lo prometo.


—A tu cama.


—Joder, sí, a mi cama. Tengo una cama enorme con un cabecero al que puedo atarte y azotarte por ser tan idiota. 

Y en ese momento los dos éramos totalmente perfectos.


En el pasillo, le di un beso final en la palma, dejé caer su mano y abrí la marcha hacia el vestíbulo.