Sabía que las mujeres se pueden poner de mal humor de repente. Conocía unas cuantas que se veían enfrascadas en pensamientos y situaciones imaginarias y con un solo «qué pasaría si...» se remontaban desde treinta mil años atrás hasta el futuro y se enfadaban por algo que asumían que ibas a hacer tres días después.
Pero no me parecía que eso fuera lo que estaba pasando con Paula y de todas formas ella nunca había sido ese tipo de mujer. La había visto furiosa antes. Demonios, de hecho había visto todos los estados de enfado que tenía: molesta, iracunda, detestable y cercana a la violencia.
Pero nunca la había visto dolida.
Se enterró en una montaña de documentos en el corto viaje hasta el aeropuerto. Se excusó para llamar a su padre y ver cómo estaba mientras esperábamos en la puerta.
En el avión se durmió en cuanto llegamos a nuestros asientos, ignorando mis ingeniosas peticiones de que entráramos en el club de los que han follado a más de mil metros. Abrió los ojos el tiempo justo para rechazar la comida, aunque yo sabía que no había desayunado nada.
Cuando se despertó por fin empezábamos a descender y se puso a mirar por la ventanilla en vez de mirarme a mí.
—¿Me vas a decir qué ocurre?
Tardó mucho en contestarme y mi corazón empezó a acelerarse. Intenté pensar en todos los momentos en que podía haberlo fastidiado todo. Sexo con Paula en la cama. Más sexo con Paula. Orgasmos para Paula. Había tenido muchos orgasmos, para ser sinceros. No creía que fuera eso. Despertarnos, ducha, profesarle mi amor básicamente. El vestíbulo del hotel, Gugliotti, aeropuerto.
Me detuve. La conversación con Gugliotti me había hecho sentir muy falso. No estaba seguro de por qué había actuado como un capullo posesivo, pero no podía negar que Paula tenía ese efecto en mí. Había estado increíble en la reunión, lo sabía, pero no tenía ni la más mínima intención de dejar que ella bajara un escalón y acabara trabajando para un hombre como Gugliotti cuando acabara su máster. Él seguramente la trataría como a un trozo de carne y se pasaría el día mirándole el trasero.
—Oí lo que dijiste. —Lo dijo en voz tan baja que necesité un momento para registrar que había dicho algo y otro más para procesarlo. Se me cayó el alma a los pies.
—¿Lo que dije cuándo?
Ella sonrió y se volvió, por fin, para mirarme.
—A Gugliotti. —Joder, estaba llorando.
—Sé que he sonado posesivo. Lo siento.
—Que has sonado posesivo... —murmuró volviéndose otra vez hacia la ventanilla —. Has sonado desdeñoso... ¡Me has hecho parecer infantil! Has actuado como si la reunión fuera un ejercicio de formación. Me he sentido ridícula por cómo te la describí ayer, pensando que era algo más.
Le puse la mano en el brazo y me reí un poco.
—Los hombres como Gugliotti tienen un ego muy grande. Necesita sentir que los ejecutivos los escuchan. Hiciste todo lo que hacía falta. Él solo quería que yo fuera el que le pasara el contrato «oficial».
—Pero eso es absurdo. Y tú lo has alentado, utilizándome a mí como peón.
Parpadeé confuso. Yo había hecho exactamente lo que había dicho. Pero así se jugaba el juego, ¿no?
—Eres mi asistente.
Una breve carcajada escapó de sus labios y se volvió hacia mí otra vez.
—Claro. Porque tú te has preocupado todo este tiempo de cómo ha progresado mi carrera.
—Claro que lo he hecho.
—¿Cómo puedes saber que necesito rodaje? Apenas te fijaste en mi trabajo antes de ayer.
—Eso es totalmente falso —dije y negué con la cabeza. Estaba empezando a irritarme—. Lo sé porque he estado observando «todo» lo que has hecho. No quiero ejercer presión sobre ti para que hagas más de lo que puedes hacer ahora, y por eso estoy manteniendo el control sobre la cuenta de Gugliotti. Pero lo hiciste muy bien y estoy muy orgulloso de ti.
Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el asiento.
—Me has llamado «niña».
—¿Ah, sí? —Busqué en mi memoria y me di cuenta de que tenía razón—Supongo que no quería que te viera como la mujer de negocios explosiva que eres e intentara contratarte y tirársete.
—Dios, Pedro. Eres tan imbécil... ¡Tal vez quiera contratarme porque puedo hacer bien el trabajo!
—Discúlpame. Estoy actuando como un novio posesivo.
—Eso del «novio posesivo» no es nuevo para mí. Es que has actuado como si me hubieras hecho un favor. Es lo condescendiente que has sido. Y no estoy segura de que ahora sea el mejor momento para entrar en la interacción típica de jefe y asistente.
—Te he dicho que creo que lo hiciste fantásticamente con él.
Ella se me quedó mirando mientras empezaba a ponerse roja.
—No deberías haber dicho eso en primer lugar. Deberías haber dicho: «Bien.Vamos a volver al trabajo». Y ya está. Y con Gugliotti actuaste como si me tuvieras bajo tu ala. Antes de esto habrías fingido que apenas me conocías.
—¿De verdad tenemos que hablar de por qué era un capullo antes? Tú tampoco eras la persona más dulce del mundo. ¿Y por qué lo vamos a sacar a relucir ahora
precisamente?
—No estoy hablando de que tú fueras un capullo antes. Estoy hablando de cómo eres ahora. Estás intentando compensarme. Por eso exactamente es por lo que no hay que tirarse al jefe. Eras un buen jefe antes: me dejabas hacer mi trabajo y tú hacías el tuyo. Ahora eres el mentor preocupado que me llama «niña» mientras habla con el
hombre ante el que le he salvado el culo. Es increíble.
—Paula...
—Puedo tratar contigo cuando eres un cabrón tremendo, Pedro. Estoy acostumbrada, es lo que espero de ti. Así es cómo funcionan las cosas. Porque aparte de todos los resoplidos y portazos, sé que me respetas. Pero el modo en que te has comportado hoy... eso establece una línea que no había antes. —Negó con la cabeza y volvió a mirar por la ventana.
—Creo que estás exagerando.
—Tal vez —dijo agachándose para sacar el teléfono de su bolso—. Pero me he dejado los cuernos para llegar donde estoy ahora... ¿Y qué estoy haciendo arriesgándolo?
—Podemos hacer las dos cosas, Paula. Durante unos pocos meses, podemos trabajar y estar juntos. Esto, lo que está pasando hoy, se llama miedo a pasar de nivel.
—No estoy segura —dijo parpadeando y mirando más allá de mí—. Estoy intentando hacer lo más inteligente, Pedro. Nunca antes había cuestionado mi valía, ni cuando creía que tú sí lo hacías. Y entonces, cuando creía que veías exactamente quién era, me has menospreciado así... —Levantó la vista con los ojos llenos de dolor—. Supongo que no quiero empezar a cuestionarme ahora, después de todo lo que he trabajado.
El avión aterrizó con una sacudida, pero eso no me sobresaltó tanto como lo que ella acababa de decir. Había tenido discusiones con los presidentes de algunos de los departamentos financieros más grandes del mundo. Me había metido en el bolsillo a ejecutivos que creían que podían machacarme. Podía pelear con esta mujer hasta que terminara el mundo y solo me sentiría más hombre con cada palabra. Pero justo en ese momento no fui capaz de encontrar nada que decirle.