Me volví y vi un destello de su cuerpo desnudo mientras se giraba bajo las sábanas y se sentaba. Dejó que le cayeran hasta las caderas, dejando su torso al descubierto. No creía que nunca pudiera cansarme de mirar —y sentir— ese pecho ancho y musculoso, los abdominales como una tabla de lavar y esa hilera de vello que llevaba hasta el miembro más glorioso que había visto en mi vida. Cuando mis ojos, al fin, llegaron a su cara fruncí el ceño al ver su sonrisa torcida.
—Te he pillado mirándote —murmuró pasándose una mano por la mandíbula.
No sabía si sonreír o si poner los ojos en blanco. Verlo desaliñado y vulnerable en ese estado a medio despertar me desorientaba. La noche anterior no nos molestamos en cerrar las pesadas cortinas y ahora el sol entraba a raudales, cegadoramente brillante al reflejarse sobre la maraña de sábanas blancas. Se le veía tan diferente...
Seguía siendo el capullo de mi jefe, pero ahora también era algo más: un hombre, en mi cama, que parecía estar listo para el asalto número... ¿Cuatro? ¿Cinco? Había perdido la cuenta.
Mientras sus ojos recorrían cada centímetro de mi ser, recordé que yo también estaba completamente desnuda. En ese momento su expresión era tan intensa como su contacto. Si seguía mirándome de ese modo ¿ardería mi piel en llamas? ¿Sentiría su tacto como si sus manos me estuvieran tocando?
Intenté centrarme en algo que camuflara el hecho de que estaba catalogando mentalmente cada centímetro de su piel y me agaché para recuperar del suelo su camiseta interior blanca. Había pasado toda la noche delante del aparato de aire acondicionado y estaba un poco fría, pero por suerte estaba casi seca. Cuando introduje mi cabeza en el suave algodón, inhalé el olor a salvia de su piel y al emerger me encontré con su mirada oscura.
Sacó un poco la lengua para humedecerse los labios.
—Ven aquí —dijo en voz baja.
Me acerqué a la cama, con la intención de sentarme a su lado, pero él tiró de mí para que quedara a horcajadas sobre sus muslos y dijo:
—Dime en qué estás pensando.
¿Quería que condensara un millón de pensamientos en una sola frase? Ese hombre estaba loco.
Así que abrí la boca y solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Has dicho que no has estado con nadie desde que nosotros estuvimos... juntos por primera vez. —Estaba mirando fijamente su clavícula para no tener que mirarle a los ojos—. ¿Es cierto?
Por fin levanté la vista.
Él asintió y metió los dedos por debajo de la camiseta, acariciándome lentamente desde la cadera hasta la cintura.
—¿Por qué? —le pregunté.
Él cerró los ojos y negó con la cabeza una vez.
—No he deseado a nadie más.
No sabía muy bien cómo interpretar eso. ¿Quería decir que no había conocido a nadie que deseara pero que estaba abierto a ello?
—¿Normalmente eres monógamo cuando te estás acostando con alguien?
Él se encogió de hombros.
—Si eso es lo que se espera de mí.
Pedro me besó el hombro, la clavícula y subió por mi cuello. Estiré el brazo hasta la mesita que había detrás de él, cogí la botella de agua de cortesía y le di un sorbo antes de pasársela a él. Él se la terminó en unos cuantos tragos.
—¿Tenías sed?
—Sí. Y ahora tengo hambre.
—No me sorprende, porque no hemos comido desde hace... —Me detuve cuando le vi mover ambas cejas y sonreír.
Puse los ojos en blanco, pero se me cerraron cuando él se acercó y me besó dulcemente en los labios.
—¿Y la monogamia es lo que se espera de ti aquí? —le pregunté.
—Después de lo que pasó anoche, creo que tendrías que decírmelo tú.
No sabía cómo responder a eso. Ni siquiera estaba segura de que pudiera estar con él así, mucho menos pensar en la monogamia. La sola idea de cómo iba a funcionar todo aquello hacía que la cabeza me diera vueltas. ¿Íbamos a ser... amigos?
¿Diríamos «buenos días» y lo diríamos de verdad? ¿Se iba a sentir bien criticando mi trabajo?
Extendió los dedos sobre la parte baja de mi espalda apretándome contra él y eso me apartó de mis pensamientos.
—No te quites esa camiseta nunca —susurró.
—Vale. —Me eché hacia atrás para darle un mejor acceso a mi cuello—. Voy a llevar esto y nada más a la sesión de presentación de esta mañana.
Su risa sonó grave y juguetona.
—Ni hablar de eso.
—¿Qué hora es? —pregunté intentando ver el reloj que había detrás de él.
—Me importa una mierda. —Las puntas de sus dedos encontraron mi pecho y empezaron a deslizarse de un lado a otro por la suave piel de debajo.
En el proceso de intentar apartarme un poco de él, dejé al aire su piel justo por encima de la cadera. «Pero ¿qué demonios era eso?»
¿Era un tatuaje?
—¿Qué es...? —No fui capaz de encontrar las palabras.
Apartándole un poco, levanté la vista para mirarlo a los ojos antes de volver a mirar la marca. Justo debajo del hueso de la cadera tenía una línea de tinta negra con unas palabras escritas en lo que supuse que sería francés. ¿Cómo se me había podido pasar por alto eso? Recordé brevemente todas las veces que habíamos estado juntos. Siempre había sido todo muy precipitado o a oscuras o en un estado de semidesnudez.
—Es un tatuaje —dijo divertido apartándose un poco y acariciándome el ombligo.
—Ya sé que es un tatuaje, pero... ¿Qué dice?
«El señor Seriedad en los Negocios tiene un puto tatuaje.» Otro trozo del hombre que conocía que caía y se hacía pedazos.
—Dice: «Je ne regrette rien».
Mis ojos se encontraron con los suyos y la sangre se me calentó al oír su voz que se disolvía en su perfecto acento francés.
—¿Qué es lo que has dicho?
Él volvió a sonreír.
—Je ne regrette rien.
Repitió cada palabra lentamente, poniendo énfasis en cada sílaba. Era lo más sexy que había oído en mi vida. Entre eso, el tatuaje y el hecho de que estaba completamente desnudo debajo de mí, estaba a punto de entrar en combustión espontánea.
—¿Eso no es una canción?
Él asintió.
—Sí, es una canción. —Y riendo por lo bajo prosiguió—. Puede que creas que me arrepiento de esa noche de borrachera en París, a miles de kilómetros de casa, sin un solo amigo en la ciudad, en la que decidí hacerme un tatuaje. Pero no, ni siquiera me arrepiento de eso.
—Dilo otra vez —le susurré.
Se acercó, moviendo las caderas contra las mías, el aliento cálido junto a mi oído y susurró de nuevo.
—Je ne regrette rien. ¿Lo entiendes?
Asentí.
—Di algo más. —Mi pecho subía y bajaba con cada respiración trabajosa y mis pezones sensibles rozaban contra el algodón de su camiseta.
Se inclinó un poco, me besó la oreja y dijo:
—Je suis à toi. —Su voz sonaba ahogada y grave mientras me agarraba para acercarme y yo nos saqué a ambos de la incomodidad hundiéndole en mí con un gemido. Me encantaba la profundidad que alcanzaba en esa postura. Él susurró una sola sílaba desconocida para mí una y otra vez mientras me miraba. En vez de agarrarme las caderas, sus manos agarraban con fuerza ambos lados de la camiseta.
Era tan fácil, tan natural entre nosotros, pero de alguna forma se añadió al espacio de incomodidad que parecía no poder quitarme de encima. En vez de fijarme en eso, me centré en sus suaves gemidos dentro de mi boca, en la forma en que nos sentó a ambos repentinamente y se puso a chuparme los pechos por encima de la camiseta, dejando al descubierto la piel rosa de debajo. Me perdí en sus dedos necesitados en mis caderas y mis muslos, su frente apretada contra mi clavícula cuando se acercó aún más. Me perdí en la sensación de sus muslos debajo de mí y sus caderas moviéndose más rápido y más fuerte para venir al encuentro de todos mis movimientos.
Apartándome un poco, me puso la mano en el pecho y detuvo las caderas.
—El corazón me va a mil por hora. Dime lo bien que sienta esto.
Me relajé instintivamente cuando vi su sonrisa arrogante.
¿Es que creía que necesitaba algo para recordar quién habíamos sido menos de un día antes de aquello?
—Ya estás otra vez con eso de hablar. Para.
Ensanchó su sonrisa.
—Te encanta que te hable. Y te gusta todavía más cuando coincide con el momento en que estoy dentro de ti.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y qué es lo que me ha delatado? ¿Los orgasmos? ¿O la forma en que te lo pido? Eres un gran detective...
Él me guiñó un ojo, me subió un pie hasta su hombro y me besó la parte interna del tobillo.
—¿Siempre has sido así? —le pregunté tirando inútilmente de su cadera. Odiaba admitirlo, pero quería que se moviera.
Cuando estaba quieto me provocada, me rozaba, pero lo sentía incompleto. Cuando se movía yo solo quería más tiempo para quedarme quieta—. Me dan pena las mujeres cuyos egos desechados me han pavimentado el camino.
Pedro negó con la cabeza, inclinándose hacia mí e irguiéndose apoyado sobre las manos. Gracias a Dios empezó a moverse, con la cadera empujando hacia delante y levantándose, proyectándose muy profundamente en mi interior. Se me cerraron los ojos. Estaba tocándome el punto exacto una, otra y otra vez.
—Mírame —me susurró.