viernes, 13 de junio de 2014

CAPITULO 45



Me volví y vi un destello de su cuerpo desnudo mientras se giraba bajo las sábanas y se sentaba. Dejó que le cayeran hasta las caderas, dejando su torso al descubierto. No creía que nunca pudiera cansarme de mirar —y sentir— ese pecho ancho y musculoso, los abdominales como una tabla de lavar y esa hilera de vello que llevaba hasta el miembro más glorioso que había visto en mi vida. Cuando mis ojos, al fin, llegaron a su cara fruncí el ceño al ver su sonrisa torcida.


—Te he pillado mirándote —murmuró pasándose una mano por la mandíbula.


No sabía si sonreír o si poner los ojos en blanco. Verlo desaliñado y vulnerable en ese estado a medio despertar me desorientaba. La noche anterior no nos molestamos en cerrar las pesadas cortinas y ahora el sol entraba a raudales, cegadoramente brillante al reflejarse sobre la maraña de sábanas blancas. Se le veía tan diferente...


Seguía siendo el capullo de mi jefe, pero ahora también era algo más: un hombre, en mi cama, que parecía estar listo para el asalto número... ¿Cuatro? ¿Cinco? Había perdido la cuenta.


Mientras sus ojos recorrían cada centímetro de mi ser, recordé que yo también estaba completamente desnuda. En ese momento su expresión era tan intensa como su contacto. Si seguía mirándome de ese modo ¿ardería mi piel en llamas? ¿Sentiría su tacto como si sus manos me estuvieran tocando?


Intenté centrarme en algo que camuflara el hecho de que estaba catalogando mentalmente cada centímetro de su piel y me agaché para recuperar del suelo su camiseta interior blanca. Había pasado toda la noche delante del aparato de aire acondicionado y estaba un poco fría, pero por suerte estaba casi seca. Cuando introduje mi cabeza en el suave algodón, inhalé el olor a salvia de su piel y al emerger me encontré con su mirada oscura. 

Sacó un poco la lengua para humedecerse los labios.


—Ven aquí —dijo en voz baja.


Me acerqué a la cama, con la intención de sentarme a su lado, pero él tiró de mí para que quedara a horcajadas sobre sus muslos y dijo:
—Dime en qué estás pensando.


¿Quería que condensara un millón de pensamientos en una sola frase? Ese hombre estaba loco.


Así que abrí la boca y solté lo primero que se me pasó por la cabeza.


—Has dicho que no has estado con nadie desde que nosotros estuvimos... juntos por primera vez. —Estaba mirando fijamente su clavícula para no tener que mirarle a los ojos—. ¿Es cierto? 

Por fin levanté la vista. 

Él asintió y metió los dedos por debajo de la camiseta, acariciándome lentamente desde la cadera hasta la cintura. 

—¿Por qué? —le pregunté.


Él cerró los ojos y negó con la cabeza una vez.


—No he deseado a nadie más.


No sabía muy bien cómo interpretar eso. ¿Quería decir que no había conocido a nadie que deseara pero que estaba abierto a ello?


—¿Normalmente eres monógamo cuando te estás acostando con alguien?


Él se encogió de hombros.


—Si eso es lo que se espera de mí.


Pedro me besó el hombro, la clavícula y subió por mi cuello. Estiré el brazo hasta la mesita que había detrás de él, cogí la botella de agua de cortesía y le di un sorbo antes de pasársela a él. Él se la terminó en unos cuantos tragos.


—¿Tenías sed? 

—Sí. Y ahora tengo hambre.


—No me sorprende, porque no hemos comido desde hace... —Me detuve cuando le vi mover ambas cejas y sonreír.


Puse los ojos en blanco, pero se me cerraron cuando él se acercó y me besó dulcemente en los labios.


—¿Y la monogamia es lo que se espera de ti aquí? —le pregunté.


—Después de lo que pasó anoche, creo que tendrías que decírmelo tú.


No sabía cómo responder a eso. Ni siquiera estaba segura de que pudiera estar con él así, mucho menos pensar en la monogamia. La sola idea de cómo iba a funcionar todo aquello hacía que la cabeza me diera vueltas. ¿Íbamos a ser... amigos?


¿Diríamos «buenos días» y lo diríamos de verdad? ¿Se iba a sentir bien criticando mi trabajo?


Extendió los dedos sobre la parte baja de mi espalda apretándome contra él y eso me apartó de mis pensamientos.


—No te quites esa camiseta nunca —susurró.


—Vale. —Me eché hacia atrás para darle un mejor acceso a mi cuello—. Voy a llevar esto y nada más a la sesión de presentación de esta mañana.


Su risa sonó grave y juguetona.

—Ni hablar de eso.


—¿Qué hora es? —pregunté intentando ver el reloj que había detrás de él.


—Me importa una mierda. —Las puntas de sus dedos encontraron mi pecho y empezaron a deslizarse de un lado a otro por la suave piel de debajo.


En el proceso de intentar apartarme un poco de él, dejé al aire su piel justo por encima de la cadera. «Pero ¿qué demonios era eso?»


¿Era un tatuaje?

—¿Qué es...? —No fui capaz de encontrar las palabras. 


Apartándole un poco, levanté la vista para mirarlo a los ojos antes de volver a mirar la marca. Justo debajo del hueso de la cadera tenía una línea de tinta negra con unas palabras escritas en lo que supuse que sería francés. ¿Cómo se me había podido pasar por alto eso? Recordé brevemente todas las veces que habíamos estado juntos. Siempre había sido todo muy precipitado o a oscuras o en un estado de semidesnudez. 

—Es un tatuaje —dijo divertido apartándose un poco y acariciándome el ombligo.


—Ya sé que es un tatuaje, pero... ¿Qué dice?


«El señor Seriedad en los Negocios tiene un puto tatuaje.» Otro trozo del hombre que conocía que caía y se hacía pedazos.

—Dice: «Je ne regrette rien».


Mis ojos se encontraron con los suyos y la sangre se me calentó al oír su voz que se disolvía en su perfecto acento francés. 

—¿Qué es lo que has dicho?


Él volvió a sonreír. 

—Je ne regrette rien.

Repitió cada palabra lentamente, poniendo énfasis en cada sílaba. Era lo más sexy que había oído en mi vida. Entre eso, el tatuaje y el hecho de que estaba completamente desnudo debajo de mí, estaba a punto de entrar en combustión espontánea.


—¿Eso no es una canción?


Él asintió.


—Sí, es una canción. —Y riendo por lo bajo prosiguió—. Puede que creas que me arrepiento de esa noche de borrachera en París, a miles de kilómetros de casa, sin un solo amigo en la ciudad, en la que decidí hacerme un tatuaje. Pero no, ni siquiera me arrepiento de eso.


—Dilo otra vez —le susurré.


Se acercó, moviendo las caderas contra las mías, el aliento cálido junto a mi oído y susurró de nuevo.


—Je ne regrette rien. ¿Lo entiendes?


Asentí.


—Di algo más. —Mi pecho subía y bajaba con cada respiración trabajosa y mis pezones sensibles rozaban contra el algodón de su camiseta.


Se inclinó un poco, me besó la oreja y dijo:
—Je suis à toi. —Su voz sonaba ahogada y grave mientras me agarraba para acercarme y yo nos saqué a ambos de la incomodidad hundiéndole en mí con un gemido. Me encantaba la profundidad que alcanzaba en esa postura. Él susurró una sola sílaba desconocida para mí una y otra vez mientras me miraba. En vez de agarrarme las caderas, sus manos agarraban con fuerza ambos lados de la camiseta. 

Era tan fácil, tan natural entre nosotros, pero de alguna forma se añadió al espacio de incomodidad que parecía no poder quitarme de encima. En vez de fijarme en eso, me centré en sus suaves gemidos dentro de mi boca, en la forma en que nos sentó a ambos repentinamente y se puso a chuparme los pechos por encima de la camiseta, dejando al descubierto la piel rosa de debajo. Me perdí en sus dedos necesitados en mis caderas y mis muslos, su frente apretada contra mi clavícula cuando se acercó aún más. Me perdí en la sensación de sus muslos debajo de mí y sus caderas moviéndose más rápido y más fuerte para venir al encuentro de todos mis movimientos.


Apartándome un poco, me puso la mano en el pecho y detuvo las caderas.



—El corazón me va a mil por hora. Dime lo bien que sienta esto. 

Me relajé instintivamente cuando vi su sonrisa arrogante. 


¿Es que creía que necesitaba algo para recordar quién habíamos sido menos de un día antes de aquello?


—Ya estás otra vez con eso de hablar. Para.


Ensanchó su sonrisa.


—Te encanta que te hable. Y te gusta todavía más cuando coincide con el momento en que estoy dentro de ti.


Puse los ojos en blanco.


—¿Y qué es lo que me ha delatado? ¿Los orgasmos? ¿O la forma en que te lo pido? Eres un gran detective...


Él me guiñó un ojo, me subió un pie hasta su hombro y me besó la parte interna del tobillo.


—¿Siempre has sido así? —le pregunté tirando inútilmente de su cadera. Odiaba admitirlo, pero quería que se moviera. 


Cuando estaba quieto me provocada, me rozaba, pero lo sentía incompleto. Cuando se movía yo solo quería más tiempo para quedarme quieta—. Me dan pena las mujeres cuyos egos desechados me han pavimentado el camino.


Pedro negó con la cabeza, inclinándose hacia mí e irguiéndose apoyado sobre las manos. Gracias a Dios empezó a moverse, con la cadera empujando hacia delante y levantándose, proyectándose muy profundamente en mi interior. Se me cerraron los ojos. Estaba tocándome el punto exacto una, otra y otra vez. 

—Mírame —me susurró.

CAPITULO 44



La conciencia apareció en el límite de mi mente abotargada por el sueño, y yo intenté apartarla a la fuerza. No quería despertarme. Estaba caliente, cómoda y satisfecha.


Vagas imágenes de mi sueño pasaron por delante de mis ojos cerrados mientras me acurrucaba en la manta más calentita y que mejor olía en la que había dormido.


Y la manta se acurrucó a mi alrededor.


Algo cálido se apretó contra mí y abrí poco a poco los ojos para encontrarme con una cabeza de conocido pelo alborotado a unos centímetros de mi cara. Un centenar de imágenes me recorrieron la mente en ese preciso segundo cuando la realidad de la noche anterior cayó como un jarro de agua fría en mi cerebro.


«Madre de Dios.» 


Había sido real.


Se me aceleró el corazón cuando levanté la cabeza un poco y me encontré a mi atractivo hombre enroscado alrededor de mi cuerpo. Tenía la cabeza apoyada en mi pecho, la boca perfecta un poco abierta soltando bocanadas de aire caliente sobre mis pechos desnudos. Su largo cuerpo caliente contra el mío, las piernas entrelazadas y sus fuertes brazos apretados alrededor de mi torso.


«Se había quedado.»


La intimidad de nuestra postura me golpeó con una fuerza tal que me dejó sin aliento. No es que se hubiera quedado, es que se había aferrado a mí.


Me esforcé por recuperar el aire y no entrar en pánico. Era mucho más que consciente de cada centímetro de nuestra piel en contacto. Sentí el poderoso latido de su corazón contra mi pecho. Tenía su miembro apretado contra mi muslo,semierecto durante el sueño. Me ardían los dedos por tocarle. Estaba deseando apretar mis labios contra su pelo. 


Era demasiado. Él era demasiado.


Algo había cambiado la noche anterior y no estaba segura de estar lista para ello.


No sabía lo que entrañaría ese cambio, pero ahí estaba. En cada movimiento, cada contacto, cada palabra y cada beso habíamos estado juntos. Nadie me había hecho sentir así, como si mi cuerpo estuviera hecho para encajar con el suyo.

Había estado con otros hombres, pero con él me sentía como si me arrastrara una marea oculta, completamente incapaz de cambiar el rumbo. Cerré los ojos, intentando sofocar la sensación de pánico que estaba creciendo en mi interior. No me arrepentía de lo que había pasado. Había sido intenso —como siempre— y seguramente el mejor sexo que había tenido en mi vida. Solo necesitaba unos minutos a solas antes de poder enfrentarme a él.


Le coloqué una mano en la cabeza y la otra en la espalda y conseguí apartarle de mi cuerpo. Él empezó a revolverse y yo me quedé helada, abrazándole fuerte y deseando en silencio que volviera a dormir. Él murmuró mi nombre antes de que su respiración se volviera de nuevo regular y yo me escapé de debajo de su cuerpo.


Le observé dormir durante un momento y el pánico se redujo no supe cómo. Una vez más fui consciente de lo guapo que era. En calma por el sueño, sus facciones aparecían tranquilas y en paz, con una expresión muy diferente de la que solía tener cuando estaba cerca de mí. Un grueso rizo le caía por la frente y sentí la urgente necesidad de apartárselo de la cara. Ahí estaban las pestañas largas, los pómulos perfectos, unos labios carnosos y la barba que le cubría la mandíbula.


«Dios mío, es que es tan guapo...»

Empecé a caminar hacia el baño, pero vi mi reflejo en el espejo del tocador del dormitorio.


«Vaya. Recién follada.» Sin duda esa era la imagen que ofrecía. 

Me acerqué y examiné los leves arañazos rojos que tenía por el cuello, los hombros, los pechos y el estómago. Tenía una marca pequeña de un mordisco en la parte de debajo de mi pecho izquierdo y un chupetón en el hombro. Miré hacia abajo y pasé los dedos por las marcas rojas que tenía en el interior del muslo. Se me endurecieron los pezones al recordar la sensación de su cara sin afeitar frotándose con mi piel.


Mi pelo era un desastre enredado y despeinado y me mordí el labio al recordar sus manos enredadas en él. La forma en que me había atraído primero hacia su beso y después sobre su miembro...


«Esto no me está ayudando.»

 
Una voz todavía pastosa por el sueño me sacó sobresaltada de mis pensamientos. 

—¿Recién despierta y ya tirándote de los pelos?

CAPITULO 43




«Joder, qué bien se está así.» 


Algo cálido y húmedo me envolvió mi miembro otra vez y yo gemí en voz alta. 


«El mejor sueño de mi vida.» 

La Paula del sueño gimió y eso envió una vibración a través de mi polla y por todo mi cuerpo.


Paula. —Oí mi propia voz y eso me sobresaltó un poco.


Había soñado con ella cientos de veces, pero esto parecía tan real... La calidez desapareció y fruncí el ceño. «No te despiertes, Pepe. No te despiertes de algo así, joder.» 


—Dilo otra vez. —Una voz suave y gutural entró en mi conciencia y me obligó a abrir los ojos.


La habitación estaba a oscuras y yo estaba tumbado en una cama extraña. La calidez volvió y dirigí la mirada a mi regazo, donde una preciosa cabeza castaña se movía entre mis piernas abiertas. Volvió a meterse mi miembro en la boca. 

De repente todo lo que había pasado aquella noche volvió a mí y la neblina del sueño desapareció rápidamente.


—¿Paula

No podía ser que tuviera tanta suerte como para que eso fuera real. 

Debía haberse levantado en algún momento de la noche para apagar la luz del baño; la habitación estaba tan oscura que apenas podía distinguirla. Bajé las manos para encontrarla y mis dedos siguieron la línea de sus labios que rodeaban mi miembro.


Ella movía la cabeza arriba y abajo, con la lengua rodeándome y los dientes rozándome levemente el tronco del pene con cada movimiento. Su mano bajó hasta mis testículos y yo gemí en voz alta cuando los acarició con cuidado con su palma. 

La sensación era tan intensa al darme cuenta de que mis sueños y la realidad se habían unido, que no sabía cuánto podría durar. Ella se movió un poco y su dedo acarició levemente un lugar justo debajo y un largo siseo escapó de entre mis dientes apretados. Nunca nadie me había hecho eso. Casi quería detenerla, pero la sensación era tan increíble que era incapaz de moverme. 

Mientras mis ojos se iban ajustando a la oscuridad, le pasé los dedos por el pelo, la cara y la mandíbula. Ella cerró los ojos y aumentó la fuerza de la succión, acercándome más. 


La combinación de su boca sobre mi pene y su dedo presionando contra mí era irreal, pero la quería conmigo, su boca contra mi boca, besándome los labios mientras me hundía en ella.


Me incorporé para sentarme, la coloqué en mi regazo y rodeé mi cadera con sus piernas. Nuestros pechos desnudos se apretaron, le cogí la cara entre las manos y la miré a los ojos.


—Este ha sido el mejor despertar que he tenido en mi vida. 

Ella se rió un poco y se lamió los labios, lo que los hizo brillar deliciosamente.


Bajé la mano y coloqué mi miembro junto a su entrada y la levanté un poco. En un solo movimiento continuo entré profundamente dentro de ella. Ella dejó caer la frente contra mi hombro y movió las caderas hacia delante,introduciéndome más adentro.


Estar con ella en una cama era irreal. Me montaba de una forma pausada, moviéndose muy poco. Me besó cada centímetro del lado derecho del cuello, chupándomelo y tirando de mi piel. Breves sonidos marcaban cada círculo de sus caderas. 

—Me gusta estar encima —jadeó—. ¿Sientes lo dentro que estás? ¿Lo sientes?


—Sí. 

—¿Quieres que vaya más rápido?


Negué con la cabeza, absolutamente perdido.


—No, Dios, no.


Durante un rato permaneció haciendo círculos pequeños lentamente mientras subía y bajaba por mi cuello mordiéndome. Pero entonces se acercó más y me susurró: —Me voy a correr, Pedro. 

Y en vez de soltar una sarta de maldiciones para describir lo que me hacía oír eso, le mordí el hombro y le hice un cardenal.


Moviéndose con más fuerza ahora, empezó a hablar. 


Palabras que apenas podía procesar. Palabras sobre mi cuerpo dentro de ella, su necesidad por mí. Palabras sobre mi sabor y lo húmeda que estaba. Palabras sobre querer que me corriera,necesitar que me corriera.


Con cada movimiento de las caderas la presión empezó a aumentar. La agarré más fuerte, con un miedo breve a dejarle cardenales cada vez que movía las manos y aumenté la velocidad de las embestidas. Ella gimió y se retorció encima de mí y justo cuando pensé que no podría aguantar más, ella gritó mi nombre de nuevo y sentí que empezaba a estremecerse a mi alrededor. La gran intensidad de su orgasmo provocó por fin el mío, y acerqué la cara a su cuello ahogando un fuerte gemido contra su suave piel. 

Ella se dejó caer contra mí y yo nos bajé a ambos hacia la cama. Estábamos sudados, jadeando y más que agotados y ella tenía una apariencia terriblemente perfecta.


La acerqué hacia mí, su espalda contra mi pecho y la rodeé con mis brazos, entrelazando mis piernas con las suyas. 


Ella murmuró algo que no pude distinguir, pero se durmió antes de que pudiera preguntarle.


Algo había cambiado esa noche y lo último que pensé mientras se me cerraban los ojos fue que ya habría tiempo más que suficiente para hablar al día siguiente. Pero cuando el sol de la mañana empezó a colarse por la cortina oscura, me di cuenta con una incómoda sensación de que ese día ya había llegado.