¿Cómo demonios consigue una persona mejorar su aspecto en nueve días y bajar de un avión sin haber perdido ni un ápice de encanto?
Era casi una cabeza más alto que las personas que lo rodeaban, ese tipo de altura que resalta entre la multitud, y yo le di gracias al universo por eso. Su pelo oscuro estaba tan alborotado como siempre; sin duda se había pasado las manos por el pelo cien veces durante la última hora. Llevaba pantalones de sport oscuros, un blazer color carbón y una camisa blanca con el cuello desabrochado. Parecía cansado y se veía un principio de barba en su cara, pero eso no fue lo que hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora. Él iba mirando al suelo, pero en cuanto nuestras miradas se encontraron, su cara se dividió con la sonrisa más abiertamente feliz que le había visto nunca. Antes de que pudiera evitarlo, sentí explotar también mi sonrisa, amplia y nerviosa.
Él se detuvo frente a mí, con una expresión un poco más tensa de lo normal; los dos esperábamos que el otro dijera cualquier cosa.
—Hola —dije algo violenta, intentando liberar algo de la tensión que había entre nosotros.
Todas las partes de mi cuerpo querían empujarlo hacia el baño de señoras, pero no sé por qué me pareció que no era la mejor manera de saludar al jefe. Aunque no es que eso nos hubiera importado nunca antes.
—Eh... Hola —respondió con la frente un poco arrugada.
«¡Joder, despierta, Paula!»
Ambos nos volvimos para dirigirnos a la cinta de equipajes y yo sentí que se me ponía toda la piel de gallina solo por estar cerca de él.
—¿Qué tal el vuelo? —le pregunté aunque sabía cuánto odiaba volar en compañías aéreas comerciales, aunque fuera en primera clase. Aquella situación era tan ridícula...
Estaba deseando que dijera alguna estupidez para que pudiera contestarle con un grito.
Él pensó un momento antes de responder.
—Bueno, no ha estado mal una vez que hemos logrado despegar. No me gusta lo llenos que van los aviones. —Se detuvo y esperó, rodeado por el bullicio de la gente,pero lo único que yo noté fue la tensión que crecía entre nosotros y cada centímetro de espacio que había entre nuestros cuerpos—. ¿Y cómo se encuentra tu padre? —preguntó un momento después.
Asentí.
—Era benigno. Gracias por preguntar.
—De nada.
Pasaron varios minutos en un incómodo silencio y yo me sentí más que aliviada al ver salir su equipaje por la cinta.
Ambos fuimos a cogerlo al mismo tiempo y nuestras manos se tocaron brevemente sobre el asa. Me aparté y al levantar la vista me encontré con su mirada.
Se me cayó el alma a los pies al ver en sus ojos el ansia que tan bien conocía.
Ambos murmuramos unas disculpas y yo aparté la mirada, pero no antes de ver la sonrisita que aparecía en su cara.
Afortunadamente ya era el momento de ir a recoger el coche de alquiler y ambos nos dirigimos hacia el aparcamiento.
Pareció satisfecho cuando nos acercamos al coche, un Mercedes Benz SLS AMG. Le encantaba conducir (bueno, lo que le gustaba era ir rápido) y yo, siempre que necesitaba un coche, intentaba alquilarle alguno con el que pudiera divertirse.
—Muy bonito, señorita Chaves—dijo pasando la mano sobre el capó—Recuérdeme que me plantee subirle el sueldo.
Sentí que el deseo familiar de darle un puñetazo recorría mi cuerpo y eso me calmó. Todo era mucho más fácil cuando él se comportaba como un gilipollas integral.
Al pulsar el botón para abrir el maletero le dediqué una mirada de reproche y me aparté para que metiera sus cosas.
Se quitó la chaqueta y me la dio. Yo la tiré en el maletero.
—¡Ten cuidado! —me reprendió.
—Yo no soy tu botones. Guarda tú tu propia chaqueta.
Él se rió y se agachó para coger su maleta.
—Dios, solo quería que me la sujetaras un momento.
—Oh. —Con las mejillas ruborizadas por mi reacción exagerada, estiré el brazo, recogí la chaqueta y la doblé sobre mi brazo—. Perdón.
—¿Por qué asumes siempre que me voy a comportar como un capullo?
—¿Porque normalmente lo eres?
Con otra carcajada, metió la maleta en el maletero.
—Debes de haberme echado mucho de menos.
Abrí la boca para contestar pero me distraje mirándole los músculos de la espalda que le tensaron la camisa al colocar su equipaje en el maletero al lado del mío. De cerca me di cuenta de que la camisa blanca tenía un sutil estampado gris y que estaba hecha a medida para ceñir sus anchos hombros y su estrecha cintura sin que le sobrara tela por ninguna parte. Los pantalones eran gris oscuro y estaban perfectamente planchados. Estaba segura de que él nunca se hacía su propia colada y, maldita sea, ¿quién iba a echárselo en cara cuando estaba tan sexy con las prendas a medida que le limpiaban en la tintorería?
«¡Para ya!»
Cerró el maletero con un golpe, sacándome de mi ensoñación, y yo le di las llaves cuando me tendió la mano.
Él dio la vuelta, abrió mi puerta, y esperó a que me sentara antes de cerrarla. «Sí, eres un verdadero caballero...», pensé.
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