domingo, 29 de junio de 2014
CAPITULO 80
“¿Y estás segura de que conseguiremos las firmas a tiempo?”. Le pedí a mi asistente, que miró el reloj y anotó algo en su bloc de notas.
“Sí. Aarón está en camino hacia allá ahora mismo. Debemos tenerlos de vuelta para el almuerzo”.
“Bien”, le dije cerrando los archivos y devolviéndoselos.
“Vamos a darle una última mirada antes de la reunión y, si todo va...”. La puerta de mi despacho exterior se abrió y un Pedro con un aspecto muy determinado camino hacia adentro. Mi asistente soltó un chillido aterrorizado y le hice un gesto para que se fuera. Ella prácticamente salió corriendo de allí.
Sus largas piernas lo llevaron al otro lado de la habitación en pocos pasos y se detuvo justo al otro lado de mi escritorio, dejando dos sobres blancos en una pila de informes de marketing.
Miré hacia abajo hacia los sobres y luego de vuelta a él.
“Algo de esto es tan familiar”, le dije. “¿Quién de nosotros va a cerrar de golpe la puerta y saltar las escaleras?”.
Puso los ojos. “Sólo tienes que abrirlos”.
“Bueno, buenos días a ti también, señor Alfonso”.
“Paula, no seas un dolor en el culo”.
“¿Preferirías ser un dolor en el mío?”.
Sus ojos se suavizaron y se inclinó sobre mi escritorio para besarme. Había llegado tarde a casa ayer por la noche, mucho después de que me había quedado dormida. Me había despertado con el sonido de mi despertador para encontrarme con su cálido y muy desnudo cuerpo apretado contra el mío. Me merecía algún tipo de medalla sólo por la gesta de dejar esa cama.
“Buenos días, señorita Chaves”, dijo en voz baja. “Ahora abre los malditos sobres”.
“Si insistes. Pero no digas que no te lo advertí. Tirar las cosas en los escritorios nunca ha terminado bien para nosotros. Bueno, para mí. Tal vez tú podrías corregir eso…”.
“Paula”.
Pedro. Levanté la solapa que tiene mi nombre y saqué una hoja de papel impresa desde el interior. “ORD a CDG”, he leído. “Chicago a Francia”. Lo miré a los ojos. “¿Me están enviando a alguna parte?”.
Pedro sonrió, y francamente, se veía tan bien mientras lo hacía, me alegré de estar sentada. “Francia. Marsella, para ser exactos. El segundo billete está detrás de ese”.
Boletos de avión, un sobre para cada uno de nosotros. Programado para salir el viernes. Ya era un martes.
“Yo… No entiendo. ¿Vamos a Francia? No se trata de lo de anoche, ¿verdad? Porque tenemos vidas ocupadas, Pedro. Este tipo de cosas siempre van a ocurrir. Te prometo que no estaba molesta”.
Rodeó la mesa y se arrodilló frente a mí. “No, esto no es por lo de anoche. Se trata de una gran cantidad de noches. Esto se trata de mí poniendo lo que es importante en primer lugar. Y esto…", dijo, haciendo un gesto entre nosotros. “Esto es lo que importa. Apenas nos vemos entre nosotros, Paula, y eso no va a cambiar después de la mudanza. Te quiero. Te echo de menos”.“Yo también te extraño. Pero… ahhh, estoy un poco sorprendida. Francia está… muy lejos y hay mucho que hacer y…”.
“No sólo Francia. Una casa en una villa privada. Es de mi amigo Max, con el que fui a la escuela. Y es hermosa y enorme y vacía”, agregó. “Con una cama gigante, varias de ellas. Una piscina. Podemos cocinar y andar desnudos, ni siquiera tenemos que contestar el teléfono si no queremos. Vamos, Paula”.
“Me encanta la parte en la que caminas alrededor desnudo”, le dije. “Porque eso es definitivamente cómo me gustaría cerrar el trato”.
Se acercó más, claramente consciente de que mi resolución se estaba rompiendo. “Me enorgullezco de conocer siempre a mi oponente, señorita Chaves. Entonces, ¿qué me dices? ¿Vienes conmigo? ¿Por favor?”.
.
“Jesús, Pedro. Son como las diez de la mañana y me estás matando; y quiero desmayarme aquí”.
“Me debatía entre tranquilizarte y tirarte por encima de mi hombro, pero eso podría hacer que las cosas se pusieran pegajosas en la aduana”.Respiré hondo y miré hacia abajo hacia los tickets. “Bueno, entonces nos vamos el nueve y volvemos… Espera, ¿es esto cierto?”.
Él siguió mi mirada. “¿Qué?”.
“¿Tres semanas? ¡No puedo dejar todo e ir a Francia durante tres semanas, Pedro!”.
Se puso de pie, confundido. “¿Por qué? Tuve la oportunidad de hacer los arreglos y…”.
“¿Hablas en serio? En primer lugar, nos estamos mudando en un mes. ¡Un mes! ¡Y ni siquiera hemos elegido un apartamento! Luego está mi mejoramiga, que fue engañada por el mayor cara de culo del mundo la semana pasada. Y no olvidemos el pequeño detalle llamado mi trabajo. ¡Tengo reuniones y un departamento entero para contratar y mover a Nueva York!”.
Su cara cayó, lo que evidentemente no era la reacción que había previsto. El sol estaba detrás de él y cuando él volvió la cabeza, inclinándola hacia la luz, un destello captó sus pestañas y los ángulos de su cara.
Ahggg… La culpa se hinchó en mi pecho como un globo.
“Joder. Lo siento”. Me incliné hacia él y puse mi cabeza en su hombro. “Esa no es absolutamente la manera que quería decir todo eso”.
Unos brazos fuertes me rodearon y lo sentí exhalar. “Lo sé”.
Pedro tomó mi mano y me llevó a la pequeña mesa en la esquina de la habitación. Hizo un gesto hacia mí para tomar asiento, mientras él tomaba la silla frente a mí. “¿Vamos a negociar?”. Dijo, con un desafío en sus ojos que no había visto desde que entró en mi oficina.
Esto lo podría hacer.
Se inclinó hacia adelante, con las manos y los codos en la mesa, frente a él. "La mudanza ", comenzó. “Admito que es algo importante, pero tenemos un agente de bienes raíces, he visto los tres principales contendientes. Sólo tienes que decidir si necesitas ir a verlos, o si confías en mí para elegir. Podemos dejar que el agente de bienes raíces se encargue del resto y pagar a la gente para hacer el embalaje actual y mover parte de ello”. Él arqueó una ceja como si preguntara y le hice un gesto para que continuara. “Sé lo mucho que te importa Sara. Habla con ella, para ver cómo está ante todo esto. Has dicho que ni siquiera sabías si ella lo iba a dejar, ¿verdad?”.
“Si”.
“Así que vamos a cruzar ese puente cuando lleguemos a eso. Y tú trabajo… Estoy tan increíblemente orgulloso de ti, Paula. Sé lo duro que trabajas y lo importante que eres. Pero nunca habrá un momento perfecto. Siempre vamos a estar ocupados, siempre habrá personas que quieren nuestra atención, y siempre habrá cosas que se sienten como que no pueden esperar. Es un buen ejercicio para ti en la delegación de tareas. Te quiero, pero tú eres mala delegando. Y va a ser aún más agitado cuando nos mudemos. ¿Cuándo será la próxima vez que volvamos a tener la oportunidad de hacer esto? Quiero estar contigo. Quiero hablar francés para ti y hacer que te corras en una cama en Francia, donde nadie pueda simplemente estropear el fin de semana o llamarnos a cualquiera de nosotros para algo del trabajo”.
“Estás haciendo muy difícil ser el adulto responsable aquí”, le dije.
“Ser responsables está sobrevalorado”.
Sentí que mi boca se abría y no podía decir nada. Estaba a punto de preguntar quién era esta persona de trato fácil, y que habían hecho con mi novio, cuando alguien llamó a la puerta. Quité los ojos de mi muy contento novio para ver entrar a una interna aterrorizada, mirando a Pedro con el miedo en sus ojos. No hay duda de que ella había obtenido la pajita más corta y la habían enviado a recuperar al bastardo.
“Ummmh… Perdone, señorita Chaves”, tartamudeó, con su mirada clavada en mí en lugar de su verdadero objetivo.
“Están esperando al Sr. Alfonso en la sala de conferencia en doce…”.
“Gracias”, le contesté. Ella se fue y yo me volví de nuevo a Pedro.
“¿Hablaremos de esto más tarde?", me preguntó en voz baja, de pie.
Asentí con la cabeza, todavía un poco fuera de balance por su cambio de actitud. “Gracias”, le dije, señalando vagamente los tickets, pero significando mucho más.
Me besó en la frente. “Más tarde”.
CAPITULO 79
Deteniéndome frente a la casa de mis padres, me reí pensando de nuevo en la primera vez que Paula y yo habíamos venido aquí juntos como pareja.
Pasaron tres días después de su presentación a la Junta de Becas. Dos de esos días apenas habíamos dejado mi casa o mi cama. Pero después de las constantes llamadas y los textos de mi familia que nos pedían venir - para mí dejar de compartir un rato con Paula- nos pusimos de acuerdo para una cena en la casa de mis padres. Todo el mundo la había echado de menos.
Hablamos en el camino, riendo y bromeando, mi mano libre entrelazada con una de las suyas. Con aire ausente, corrió el dedo índice de la otra mano en pequeños círculos por encima de mi muñeca, como si se tranquilizara a sí misma, de que era real, yo era real, y estábamos juntos. No nos habíamos enfrentado al mundo exterior, excepto la noche con sus amigas después de su presentación. La transición, sin duda, sería por lo menos un poco incómoda. Pero nunca habría esperado que Paula se inquietara por nada de eso.
Ella siempre se había enfrentado a cada reto con su propia marca de intrepidez obstinada.
Fue sólo cuando nos quedamos en el porche y yo iba a abrir la puerta de entrada que me di cuenta que su mano dentro de la mía estaba temblando.
“¿Qué pasa?”. Saqué mi mano, tirando su cara hacia mí.
Ella rodo sus hombros. “Nada. Estoy bien”.
“Poco convincente”.
Ella me lanzó una mirada molesta. “Estoy bien. Sólo abre la puerta”.
“Santa Mierda”, dije en una exhalación, sorprendido.
“Paula Chaves está realmente nerviosa”.Esta vez se dio la vuelta para mirarme fijamente. “¿Lo descubriste? Cristo, sí que eres brillante. Alguien debería hacerte un director de operaciones y te darán una gran oficina de lujo”. Ella llegó a abrir la puerta ella misma.
Dejé que su mano girara la perilla y una sonrisa se dibujó en mi rostro. “¿Paula?”.
“Es que no los he visto desde antes de… tú sabes. Y ellos te vieron cuando estabas…”. Ella hizo un gesto a mi alrededor, yo entendí su significado para indicar «cuando Pedro fue un completo desastre, después de que Paula lo dejó».
“Solo… no hagamos de esto un problema. Estoy bien”.
Continuó ella.
“Sólo estoy disfrutando el raro avistamiento de una Paula nerviosa. Dame un segundo, déjame saborear esto”.
“Vete a la mierda”.
“¿Vete a la mierda?”. Di un paso delante de ella, moviéndome hasta que su cuerpo quedo pegado al mío.
“¿Estás tratando de seducirme, señorita Chaves?”.
Finalmente, ella se echó a reír, con los hombros rindiéndose a su tensa determinación. “Es sólo que no quiero que sea…”.
La puerta principal se abrió de golpe, y Federico dio un paso adelante, envolviendo a Paula en un abrazo enorme. “¡Ahí estás!”.
Paula miró hacia mí por encima del hombro de mi hermano y se echó a reír. “… Incómodo”, terminó diciendo mientras envolvía sus brazos alrededor de él.
Justo detrás de la puerta estaban mis padres, que llevaban las mayores sonrisas de comemierda que jamás había visto.
Los ojos de mi mamá eran sospechosamente brumosos.
“Ha pasado mucho tiempo”, dijo Federico, liberando a mi novia y mirando directamente a mí.Gimiendo por dentro, registré que toda esta noche podría convertirse muy fácilmente en un resumen gigantesco de lo que todo este asunto ha significado para Paula, de lo imposible que yo había sido al trabajar juntos; excluyendo los detalles de la actitud desafiante de la señorita Chaves en la historia.
Era una buena cosa que ella pareciera tan condenadamente en forma en su pequeño vestido negro. Necesitaría una distracción.
Había llamado a papá la mañana de la presentación de Paula, diciéndole que había planeado asistir para convencerla de presentar las diapositivas de Papadakis. Le dije también que iba a pedirle que me dejara regresar. Como de costumbre, mi padre había sido de apoyo, pero examinando, me dijo que no importa lo que Paula dijera, él estaba orgulloso de mí por ir tras lo que quería.
Lo que yo quería ahora era entrar a la casa y abrazar a mi madre y a mi padre, antes de que me miraran. “No sé de qué me preocupaba”, susurró Paula.
“¿Estabas nerviosa?”, preguntó mamá, con sus ojos muy abiertos.
“Yo solo me fui de una manera tan abrupta. Me he sentido mal por eso, y por no verlos a ninguno de los dos por meses…”.Paula se fue apagando.
“No, no, no, no, tenías que aguantar a Pedro”, dijo Federico, haciendo caso omiso de mi suspiro de irritación. “Confía en nosotros, lo conseguimos”.
“Vamos”, me quejé, tirando de ella hacia mí. “No tenemos que hacer de esto un problema”.
“Sólo lo sabía”. Mamá susurró, poniendo sus manos en la cara de Paula. “Yo sabía”.
“¿Qué demonios, mamá?”. Se acercó abrazándome primero y yo dándole un ceño fruncido. “¿Tú sabías esto incluso cuando estableciste aquel día con Javier?”.
“Creo que la frase es ‘caga o baja del inodoro”. Federico ofreció.
“Esa no es absolutamente la frase que habría utilizado, Federico Alfonso”. Mamá le lanzó una mirada y luego envolvió su brazo alrededor de Paula, instándola al final del pasillo. Se volvió a hablar conmigo sobre su hombro.
“Pensé que si tú no veías lo que estaba justo en frente de tu cara, tal vez otro hombre merecía una oportunidad”.
“Pobre Javier, nunca tuvo un chance”, murmuró papá, sorprendiéndonos a todos nosotros y, al parecer, incluso a sí mismo. Miró hacia arriba, y luego se echó a reír. “Alguien tenía que decirlo”.
Bajando del coche, sonreí al recordar el resto de esa noche: los diez minutos durante el cual todos habíamos rayado en la histeria sobre nuestras experiencias compartidas de tener envenenamiento por alimentos en momentos inoportunos, la crème brûlée increíble que mi madre había servido después de la cena, y mucho más tarde, el camino que Paula y yo apenas habíamos hecho de nuevo dentro de mi casa antes de caer en una maraña de miembros y sudor en el piso de mi sala de estar.
Giré el pomo de la puerta delantera de mis padres, sabiendo que mi padre aún estaría arriba, pero con la esperanza de no despertar a mi madre. La perilla crujió y la abrí con un familiar cuidado, levantándola ligeramente donde sabía que la madera se levantaba un poco en el umbral.
Pero, para mi sorpresa, mamá me dio la bienvenida en la entrada, cubierta con su viejo manto púrpura y sosteniendo dos tazas de té.
“No sé por qué”, dijo ella, extendiendo una taza para mí. “Pero estaba bastante segura de que ibas a venir aquí esta noche”.
“¿La intuición de una madre?”, le pregunté, tomando la taza y flexionándome para besarle la mejilla. Me quedé allí, con la esperanza de que podía mantener mis emociones bajo control esta noche.“Algo por el estilo”. Las lágrimas llenaron sus ojos y ella se alejó antes de que pudiera decir algo sobre ello. “Vamos, yo sé por qué estás aquí. Ya lo tengo en la cocina”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)