sábado, 7 de junio de 2014

CAPITULO 30




Me volví para ver cómo un camarero llevaba hasta su mesa al señor Alfonso con una rubia alta con las piernas muy largas. La mano de él estaba apoyada en la parte baja de la espalda de la chica. Sentí en el pecho una terrible punzada de celos.


—Pero qué cabrón —exclamé entre dientes—. Después de lo que hizo anoche...
Tiene que estar de broma. 


Justo cuando estaba a punto de responderme, el teléfono de Julia sonó y ella lo buscó en su bolso. El saludo de «¡Hola, cariño!» me comunicó que era su prometido y que esa llamada le iba a llevar un rato.


Volví a mirar al señor Alfonso, hablando y riéndose con la rubia. No podía apartar los ojos de ellos. Él estaba todavía más atractivo en ese ambiente relajado: sonreía y le bailaban los ojos cuando se reía. «¡Gilipollas!» Como si hubiera podido oír mis pensamientos, él levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Apreté la mandíbula y aparté la vista, tirando la servilleta sobre la mesa. Tenía que salir de allí.


—Ahora vuelvo, Julia.


Ella asintió y me despidió con la mano distraídamente, sin dejar su conversación.


Me levanté y pasé junto a su mesa asegurándome de evitar su mirada. Acababa de doblar la esquina y ya veía la seguridad del baño de señoras cuando sentí una mano fuerte en mi antebrazo. 

—Espera. 

Esa voz provocó un relámpago en mi interior.


«Muy bien, Paula, puedes hacerlo. Simplemente vuélvete, míralo y dile que se vaya a la mierda. Es un cabrón que dijo anoche que tú eras un error y hoy aparece con una rubia delante de tus narices.» 

Cuadré los hombros y me giré para mirarlo. «Mierda.» De cerca estaba aún más guapo. Nunca le había visto de otra forma que no fuera perfectamente arreglado, pero obviamente no se había afeitado aquella mañana y yo sentí la necesidad desesperada de notar cómo su barba me raspaba las mejillas. 

O los muslos. 

—¿Qué coño quieres? —le escupí, arrancando el brazo de su mano. Sin la ventaja que me daban los tacones, él era mucho más alto que yo. Tenía que levantar la vista para mirarlo a la cara, pero pude ver unas leves ojeras bajo sus ojos. Parecía cansado. Bueno, le estaba bien empleado. Si pasaba las noches tan mal como yo, eso me alegraba.


Se pasó las manos por el pelo y miró a nuestro alrededor incómodo. 

—Quería hablar contigo. Para explicarte lo de anoche. 

—¿Y qué hay que explicar? —pregunté señalando con la cabeza hacia el comedor y la rubia que todavía estaba sentada en su mesa. Sentí una presión aguda en el pecho—. «Un cambio de ambiente.» Ya veo. Me alegro de haberte encontrado aquí así... Me recuerda por qué esto que hay entre nosotros es una mala idea. No quiero estar follándome indirectamente a todas las demás mujeres.


—Pero ¿de qué demonios estás hablando? —me preguntó mirándome—. ¿Hablas de Emilia?


—¿Así se llama? Bueno, pues que usted y Emilia tengan una comida muy agradable, señor Alfonso—Me di la vuelta para irme pero me detuvo de nuevo agarrándome el brazo—. Suéltame. 

—¿Y por qué te importa?


Nuestra discusión había empezado a atraer la atención del personal que pasaba de camino a la cocina. Después de echar un vistazo alrededor, él me metió en el baño de señoras y cerró la puerta con el pestillo. 

«Fantástico, otro baño.» 

Le aparté de un empujón cuando se acercó. 

—Pero ¿qué crees que estás haciendo? ¿Y qué quieres decir con que por qué me importa? «Follaste» conmigo anoche, diciéndome que no podía querer salir con Javier  y ahora estás aquí con otra. No sé por qué he permitido que se me olvidara que eres un mujeriego. Tu comportamiento es justo el que cabía esperar... Con quien estoy enfadada es conmigo. —Estaba tan furiosa que prácticamente me estaba clavando las uñas en las palmas de las manos.


—¿Es que crees que estoy aquí con una «cita»? —Soltó el aire lentamente y negó con la cabeza—. Esto es increíble, joder. Emilia es una amiga. Dirige una organización sin ánimo de lucro que Alfonso Media apoya. Eso es todo. Tenía que haber quedado con ella el lunes para firmar unos papeles pero ha tenido un cambio de última hora en un vuelo y se va del país esta tarde. No he estado con nadie desde el... —Hizo una pausa para pensar mejor sus palabras—. Desde que nosotros... ya sabes... —Terminó haciendo un movimiento impreciso señalándonos a ambos. 

«¿Qué?»


Nos quedamos allí de pie, mirándonos el uno al otro mientras intentaba dejar que me calaran aquellas palabras. No se había acostado con nadie más. Pero ¿eso era posible? Sabía con seguridad que era un donjuán. Yo personalmente había visto la colección siempre creciente de mujeres florero que llevaba a los eventos corporativos, eso sin mencionar las historias sobre él que iban de boca en boca por todo el edificio. E incluso si lo que estaba diciendo era cierto, eso no cambiaba el hecho de que seguía siendo mi jefe y que todo aquello estaba muy mal.


—¿Todas esas mujeres que se lanzan a tus brazos y no te has tirado a ninguna? Oh, estoy conmovida. —Me volví hacia la puerta. 

—No es tan difícil de creer —gruñó y pude sentir su mirada atravesándome la espalda.


—¿Sabes qué? No importa. Todo ha sido un error, ¿no?

CAPITULO 29




A la mañana siguiente, en yoga, consideré la posibilidad de abrirle mi corazón a Julia. Antes estaba bastante segura de que podía manejar las cosas yo sola, pero después de pasar una noche entera mirando al techo y volviéndome loca, me di cuenta de que necesitaba desfogarme con alguien.


Estaba Sara, y ella mejor que nadie podría entender lo desquiciante que podía ser mi jefe macizo. Pero también trabajaba para Federico y no quería ponerla en una posición incómoda, pidiéndole que guardara un secreto tan grande como aquel. Sabía que Nina no tendría ningún problema en hablar conmigo si se lo pedía, pero había algo en el hecho de que ella fuera parte de la familia, y además sabiendo lo que podía haber oído, que me hacía sentir bastante incómoda. 


Había veces que realmente deseaba que mi madre siguiera viva. Solo pensar en ella me produjo un profundo dolor en el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas.


Mudarme allí para pasar los últimos años de su vida con ella había sido la mejor decisión que había tomado en mi vida. Y aunque vivir tan lejos de mi padre y mis amigos había sido duro a veces, sabía que todo ocurre por una razón. Solo deseaba que esa razón se diera prisa y se manifestara de una vez.


¿Podría decírselo a Julia? Tenía que admitir que estaba aterrada por lo que podía pensar de mí. Pero más que eso, estaba aterrada por decírselo en voz alta a alguien.


—Vale, no dejas de mirarme —me dijo—. O tienes algo en mente o te estoy avergonzando porque estoy sudada y horrible. 

Intenté no decirle nada, intenté no darle importancia y dejar que pensara que estaba diciendo tonterías. Pero no pude. 


El peso y la presión de las últimas semanas me estaban aplastando y antes de que pudiera controlarlo, mi barbilla empezó a temblar y empecé a berrear como un bebé.


—Eso era lo que me parecía. Vamos, Paula—Me ofreció la mano, me ayudó a levantarme y, recogiendo todas nuestras cosas, me llevó hacia la puerta. 

Veinte minutos, dos mimosas y una crisis nerviosa después, estaba mirando la expresión de espanto de Julia en nuestro restaurante favorito. Se lo conté todo: lo de romperme las bragas, que me gustaba que me rompiera las bragas, los diferentes sitios, los «te odio» de la mitad de las sesiones, que Nina nos había pillado, mi culpa por sentir que estaba traicionando a Horacio y a Ana, lo de Javier, las declaraciones trogloditas del señor Alfonso y, por fin, mi miedo a estar en la relación más insana de la historia del mundo y, sin ningún poder en absoluto.


Cuando levanté la vista para mirarla, hice una mueca de dolor; ella tenía una cara como si acabara de ver un accidente de coche.


—Vale, vamos a ver si lo he entendido bien.


Asentí mientras esperaba que continuara.


—Te estás acostando con tu jefe.


Me encogí un poco.


—Bueno, técnicamente no...


Ella levantó la mano para que no terminara la frase.


—Sí, sí. Eso lo he entendido. ¿Y ese es el mismo jefe al que te refieres cariñosamente como «el atractivo cabrón»?


Suspiré profundamente y asentí de nuevo.


—Pero lo odias.


—Correcto —murmuré apartando la mirada—. Odio. Eso es lo que siento: mucho odio.


—No quieres estar con él, pero no puedes mantenerte alejada.


—Dios, suena mucho peor oírselo decir a otra persona —gruñí y escondí la cara entre las manos—. Suena ridículo.

—Pero los momentos sexis... Son buenos —dijo con un toque de humor en la voz.


«Buenos» no es suficiente para describirlos, Julia. Ni fenomenales, intensos, alucinantes y asombrosos como de multiorgasmo es suficiente para describirlos.


—¿«Asombrosos como de multiorgasmo» existe?


Me froté la cara con las manos y volví a suspirar.


—Cállate.


—Bueno —respondió pensativa y carraspeó—. Supongo que lo de la polla pequeña no era un problema después de todo... 

Dejé que mi cabeza cayera sobre mis brazos que estaban encima de la mesa.


—No. No, sin duda eso no es un problema. —Levanté la vista un poco al oír el sonido de risas ahogadas—. ¡Julia! ¡Esto no tiene ninguna gracia!


—Perdona que discrepe. Hasta tú tienes que ver la gran locura que es esto. De todas las personas que he conocido, eres la última que yo habría imaginado que podía acabar en esta situación. Siempre has sido tan seria, con todos y cada uno de los pasos de tu vida planificados. Vamos, has tenido muy pocos novios de verdad y has estado con ellos lo que todo el mundo consideraba una cantidad absurda de tiempo antes de acostaros. Este hombre tiene que ser algo de otro mundo. 

—Sé que no hay nada malo en tener una relación puramente sexual con alguien...
puedo con eso. Sé que a veces puedo ser demasiado controladora, pero lo peor es el hecho que siento que no tengo control sobre mí misma cuando estoy con él. Es que ni siquiera me gusta y aun así... sigo cayendo.


Julia le dio un sorbo a su mimosa y prácticamente pude ver los engranajes de su  cerebro trabajando mientras reflexionaba sobre lo que le acababa de decir.


—¿Qué es lo que te importa?


Levanté la vista para mirar a Julia, comprendiendo por dónde iba. 

—Mi trabajo. Mi vida después de esto. Mi valor como empleada. Saber que mi contribución marca la diferencia.

—¿Puedes sentirte bien en todos esos aspectos y follártelo a la vez?


Me encogí de hombros, incapaz de desenmarañar mis pensamientos sobre ese tema.


—No lo sé. Si yo sintiera que son cosas independientes, tal vez. Pero nuestras únicas interacciones se producen en el trabajo. No hay ningún momento en que esto no vaya tanto de trabajo como de sexo.


—Entonces tienes que encontrar una forma de dejar de hacerlo. Necesitas mantener la distancia.


—No es tan fácil —respondí, negando con la cabeza y empecé a divagar—Trabajo para él. No puedo evitar fácilmente todos los momentos a solas con él. He jurado varias veces que no volveríamos a tener sexo y he vuelto a tenerlo a las pocas horas; es ridículo. Y además, tenemos que ir a un congreso dentro de dos semanas. El mismo hotel, muy cerca todo el tiempo. ¡Y con camas!


—Paula, pero ¿qué te ocurre? —me preguntó Julia con un tono asombrado—. ¿Es que quieres que esto continúe?


—¡No! ¡Claro que no!


Ella me miró escéptica.


—Lo que pasa... es que soy diferente con él. Es como si quisiera cosas que nunca había querido antes y tal vez debería permitirme querer esas cosas. Solo desearía que fuera otra persona la que me hiciera desearlas, alguien agradable, como Javier por ejemplo. Mi jefe no tiene nada de agradable.


—¿Tu jefe te hace querer qué? ¿Qué te den azotes y esas cosas? —inquirió Julia con una risita, pero cuando yo aparté la vista oí que soltaba una exclamación ahogada—. Oh, Dios mío, ¿te ha dado azotes?


La miré con los ojos como platos. 

—Julia, ¿no puedes decirlo más alto? Creo que el tío del fondo no te ha oído. — En cuanto me aseguré de que nadie nos estaba mirando, me aparté unos mechones sueltos de la frente y respondí—. Mira, ya sé que tengo que parar esto, pero yo...


Me detuve porque sentí que se me ponía toda la piel de gallina. Se me quedó el aliento atravesado en la garganta y me volví lentamente para mirar hacia la puerta.


Era él, desaliñado y vestido con una camiseta negra y vaqueros, zapatillas de deporte y el pelo más despeinado que de costumbre. Me di la vuelta para mirar a Julia mientras sentía que toda la sangre había abandonado mi cara.


—Paula, ¿qué ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma —dijo Julia extendiendo la mano por encima de la mesa para tocarme el brazo.


Tragué con dificultad en un intento por recuperar mi voz, y después la miré. 

—¿Ves a ese hombre que hay junto a la puerta? ¿El alto y guapo? —Ella levantó un poco la cabeza para mirar y yo le di una patada por debajo de la mesa—. ¡No seas tan descarada! Es mi jefe.


Julia abrió mucho los ojos y se quedó con la boca abierta.

—¡Madre mía! —exclamó y negó con la cabeza mientras le miraba de arriba abajo—. No lo decías en broma, Paula. Es un cabrón realmente atractivo. No sería yo la que lo echara de mi cama. O mi coche. O el probador. O el ascensor o...

—¡Julia! ¡No me estás ayudando!


—¿Quién es la rubia? —preguntó señalándola.