miércoles, 28 de mayo de 2014

CAPITULO 7




Abrí la puerta exterior y entré. La puerta del señor Alfonso estaba cerrada y no llegaba ningún ruido desde el interior. Tal vez estuviera a punto de salir. «Qué más quisiera.» Me senté en mi silla, abrí el cajón, saqué mi neceser y me retoqué el maquillaje antes de volver al trabajo. Lo último que quería era tener que verlo, pero si no tenía intención de dimitir, eso iba a suceder en algún momento. Cuando revisé el calendario recordé que el señor Alfonso tenía una presentación para los demás ejecutivos el lunes. Hice una mueca de asco al darme cuenta de que eso significaba que iba a tener que hablar con él hoy para preparar los materiales. También tenía una convención en San Diego el mes que viene, lo que significa no solo que iba a tener que estar en el mismo hotel que él, sino en el mismo avión, el coche de la empresa y también en todas las reuniones que surgieran. No, seguro que no había nada incómodo en todo eso.

  
Durante la siguiente hora me descubrí mirando cada pocos minutos hacia su puerta. Y cada vez que lo hacía, sentía mariposas en el estómago. ¡Qué estupidez! 

¿Qué me estaba pasando? Cerré el archivo que no estaba consiguiendo leer y dejé caer la cabeza entre las manos justo cuando oí que se abría la puerta. 

El señor Alfonso salió y evitó mirarme. Se había arreglado la ropa, llevaba el abrigo colgado sobre el brazo y un maletín en la mano, pero todavía tenía el pelo totalmente enmarañado.


—Estaré ausente el resto del día —dijo con una calma extraña—. Cancele mis citas y haga los ajustes necesarios.

—Señor Alfonso —dije y él se detuvo ya con la mano en el picaporte—. No olvide que tiene una presentación para el comité ejecutivo el lunes a las diez. —Le estaba hablando a su espalda. Estaba quieto como una estatua con los músculos en tensión —. Si quiere puedo tener las hojas de cálculo, los archivos y los materiales de la presentación preparados en la sala de reuniones a las nueve y media. 

La verdad es que estaba disfrutando de aquello. No había ni una pizca de comodidad en su postura. Asintió brevemente y empezó a salir por la puerta cuando le detuve de nuevo.


—Y, señor Alfonso—añadí con dulzura—, necesito su firma en estos informes de gastos antes de que se vaya. 

Él hundió los hombros y resopló impaciente. Se volvió para acercarse hasta mi mesa y, aún sin mirarme, se inclinó y revisó los formularios con las etiquetas de «Firmar aquí». 

Le tendí un boli. 

—Por favor firme donde están las etiquetas, señor Alfonso. 

Odiaba que le dijeran que hiciera lo que ya estaba a punto de hacer. Yo contuve una risita. Me quitó el boli y levantó lentamente la barbilla, poniendo sus ojos avellana a la altura de los míos. Nos quedamos mirando durante lo que parecieron varios minutos. Ninguno de los dos apartó la mirada. Durante un breve momento sentí una necesidad casi irresistible de inclinarme hacia él, morderle el labio inferior y rogarle que me tocara. 

—No me desvíes las llamadas —casi me escupió a la vez que firmaba apresuradamente el último formulario y tiraba el boli sobre la mesa—. Si hay alguna emergencia, contacta con Federico. 

—Capullo —murmuré entre dientes mientras lo veía desaparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario