viernes, 4 de julio de 2014

CAPITULO 91




No llegué a Francia al día siguiente. O el día después de eso. Y al tercer día en realidad estaba tratando de recordar por qué tomar un aventón en barco había parecido una mala idea en primer lugar.


Es posible que llamara a Pedro más en esos tres días que en la totalidad de nuestra relación, pero no fue suficiente, y no hizo nada para aliviar el dolor de muela que se había establecido permanentemente dentro de mi pecho.


Me mantenía ocupada, pero no se podía negar que tenía nostalgia. No estaba segura exactamente cuándo había ocurrido, pero en algún momento, Pedro se había convertido para mí - como tenía que ser – en el único.


Y fue jodidamente terrible.


Había llegado a esta conclusión, mientras que salía a caminar. Mi asistente había llamado diciendo que había sido capaz de hacerme en un vuelo de Air France más tarde esa noche. Mi primer pensamiento había sido de Pedro, y como no podía esperar para decirle que estaba en camino. Casi me había ido corriendo a mi habitación del hotel.


Pero entonces me detuve, con el corazón acelerado y los pulmones en llamas. ¿Cuándo había pasado esto? ¿Cuándo se había convertido en mi todo? Me pregunté, ¿era posible que él estuviera tratando de decirme que se sentía de la misma manera? Empaque aturdida, arrojé la ropa sin rumbo en mi bolsa y recogí mis cosas en la habitación. Volví a pensar en lo mucho que habíamos cambiado en el último año. Los momentos de tranquilidad en la noche, la forma en que me miraba a veces como si fuera la única mujer en el planeta. Quería estar con él siempre. Y no sólo en el mismo apartamento o en la cama, sino para bien.


Fue entonces que me llamó la atención una idea tan loca, tan loca, que literalmente me eché a reír. Nunca había sido ese tipo de mujer que se sentaba y esperaba a que las cosas que quería aparecieran, así que ¿por qué debería ser esto diferente? Y eso fue todo.


Pedro Alfonso no tenía ni idea de lo que estaba a punto de golpearlo.





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