domingo, 29 de junio de 2014

CAPITULO 79




Deteniéndome frente a la casa de mis padres, me reí pensando de nuevo en la primera vez que Paula y yo habíamos venido aquí juntos como pareja.


Pasaron tres días después de su presentación a la Junta de Becas. Dos de esos días apenas habíamos dejado mi casa o mi cama. Pero después de las constantes llamadas y los textos de mi familia que nos pedían venir - para mí dejar de compartir un rato con Paula- nos pusimos de acuerdo para una cena en la casa de mis padres. Todo el mundo la había echado de menos.


Hablamos en el camino, riendo y bromeando, mi mano libre entrelazada con una de las suyas. Con aire ausente, corrió el dedo índice de la otra mano en pequeños círculos por encima de mi muñeca, como si se tranquilizara a sí misma, de que era real, yo era real, y estábamos juntos. No nos habíamos enfrentado al mundo exterior, excepto la noche con sus amigas después de su presentación. La transición, sin duda, sería por lo menos un poco incómoda. Pero nunca habría esperado que Paula se inquietara por nada de eso. 


Ella siempre se había enfrentado a cada reto con su propia marca de intrepidez obstinada.


Fue sólo cuando nos quedamos en el porche y yo iba a abrir la puerta de entrada que me di cuenta que su mano dentro de la mía estaba temblando.


“¿Qué pasa?”. Saqué mi mano, tirando su cara hacia mí.


Ella rodo sus hombros. “Nada. Estoy bien”.


“Poco convincente”.


Ella me lanzó una mirada molesta. “Estoy bien. Sólo abre la puerta”.


“Santa Mierda”, dije en una exhalación, sorprendido. 


“Paula Chaves está realmente nerviosa”.Esta vez se dio la vuelta para mirarme fijamente. “¿Lo descubriste? Cristo, sí que eres brillante. Alguien debería hacerte un director de operaciones y te darán una gran oficina de lujo”. Ella llegó a abrir la puerta ella misma.


Dejé que su mano girara la perilla y una sonrisa se dibujó en mi rostro. “¿Paula?”.


“Es que no los he visto desde antes de… tú sabes. Y ellos te vieron cuando estabas…”. Ella hizo un gesto a mi alrededor, yo entendí su significado para indicar «cuando Pedro fue un completo desastre, después de que Paula lo dejó».


“Solo… no hagamos de esto un problema. Estoy bien”
Continuó ella.


“Sólo estoy disfrutando el raro avistamiento de una Paula nerviosa. Dame un segundo, déjame saborear esto”.


“Vete a la mierda”.


“¿Vete a la mierda?”. Di un paso delante de ella, moviéndome hasta que su cuerpo quedo pegado al mío. 


“¿Estás tratando de seducirme, señorita Chaves?”.


Finalmente, ella se echó a reír, con los hombros rindiéndose a su tensa determinación. “Es sólo que no quiero que sea…”.


La puerta principal se abrió de golpe, y Federico dio un paso adelante, envolviendo a Paula en un abrazo enorme. “¡Ahí estás!”.


Paula miró hacia mí por encima del hombro de mi hermano y se echó a reír. “… Incómodo”, terminó diciendo mientras envolvía sus brazos alrededor de él.


Justo detrás de la puerta estaban mis padres, que llevaban las mayores sonrisas de comemierda que jamás había visto. 


Los ojos de mi mamá eran sospechosamente brumosos.


“Ha pasado mucho tiempo”, dijo Federico, liberando a mi novia y mirando directamente a mí.Gimiendo por dentro, registré que toda esta noche podría convertirse muy fácilmente en un resumen gigantesco de lo que todo este asunto ha significado para Paula, de lo imposible que yo había sido al trabajar juntos; excluyendo los detalles de la actitud desafiante de la señorita Chaves en la historia.


Era una buena cosa que ella pareciera tan condenadamente en forma en su pequeño vestido negro. Necesitaría una distracción.


Había llamado a papá la mañana de la presentación de Paula, diciéndole que había planeado asistir para convencerla de presentar las diapositivas de Papadakis. Le dije también que iba a pedirle que me dejara regresar. Como de costumbre, mi padre había sido de apoyo, pero examinando, me dijo que no importa lo que Paula dijera, él estaba orgulloso de mí por ir tras lo que quería.


Lo que yo quería ahora era entrar a la casa y abrazar a mi madre y a mi padre, antes de que me miraran. “No sé de qué me preocupaba”, susurró Paula.


“¿Estabas nerviosa?”, preguntó mamá, con sus ojos muy abiertos.


“Yo solo me fui de una manera tan abrupta. Me he sentido mal por eso, y por no verlos a ninguno de los dos por meses…”.Paula se fue apagando.


“No, no, no, no, tenías que aguantar a Pedro”, dijo Federico, haciendo caso omiso de mi suspiro de irritación. “Confía en nosotros, lo conseguimos”.


“Vamos”, me quejé, tirando de ella hacia mí. “No tenemos que hacer de esto un problema”.


“Sólo lo sabía”. Mamá susurró, poniendo sus manos en la cara de Paula. “Yo sabía”.


“¿Qué demonios, mamá?”. Se acercó abrazándome primero y yo dándole un ceño fruncido. “¿Tú sabías esto incluso cuando estableciste aquel día con Javier?”.


“Creo que la frase es ‘caga o baja del inodoro”. Federico ofreció.


“Esa no es absolutamente la frase que habría utilizado, Federico Alfonso”. Mamá le lanzó una mirada y luego envolvió su brazo alrededor de Paula, instándola al final del pasillo. Se volvió a hablar conmigo sobre su hombro. 


“Pensé que si tú no veías lo que estaba justo en frente de tu cara, tal vez otro hombre merecía una oportunidad”.


“Pobre Javier, nunca tuvo un chance”, murmuró papá, sorprendiéndonos a todos nosotros y, al parecer, incluso a sí mismo. Miró hacia arriba, y luego se echó a reír. “Alguien tenía que decirlo”.



Bajando del coche, sonreí al recordar el resto de esa noche: los diez minutos durante el cual todos habíamos rayado en la histeria sobre nuestras experiencias compartidas de tener envenenamiento por alimentos en momentos inoportunos, la crème brûlée increíble que mi madre había servido después de la cena, y mucho más tarde, el camino que Paula y yo apenas habíamos hecho de nuevo dentro de mi casa antes de caer en una maraña de miembros y sudor en el piso de mi sala de estar.


Giré el pomo de la puerta delantera de mis padres, sabiendo que mi padre aún estaría arriba, pero con la esperanza de no despertar a mi madre. La perilla crujió y la abrí con un familiar cuidado, levantándola ligeramente donde sabía que la madera se levantaba un poco en el umbral.


Pero, para mi sorpresa, mamá me dio la bienvenida en la entrada, cubierta con su viejo manto púrpura y sosteniendo dos tazas de té.


“No sé por qué”, dijo ella, extendiendo una taza para mí. “Pero estaba bastante segura de que ibas a venir aquí esta noche”.


“¿La intuición de una madre?”, le pregunté, tomando la taza y flexionándome para besarle la mejilla. Me quedé allí, con la esperanza de que podía mantener mis emociones bajo control esta noche.“Algo por el estilo”. Las lágrimas llenaron sus ojos y ella se alejó antes de que pudiera decir algo sobre ello. “Vamos, yo sé por qué estás aquí. Ya lo tengo en la cocina”.

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