jueves, 19 de junio de 2014

CAPITULO 57




La habitación de al lado se veía extrañamente inmaculada, incluso para una cadena de hoteles de categoría. No necesité mucho tiempo para hacer la maleta y menos para ducharme y vestirme. Pero algo evitó que volviera a la habitación de Paula tan pronto. Era como si ella necesitara un poco de tiempo allí a solas para librar la batalla silenciosa que se estuviera produciendo en su interior. 


Para mí era obvio que ella estaba atravesando un conflicto, pero ¿hacia dónde se decantaría al final? ¿Decidiría que quería intentarlo? ¿O decidiría que no era posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y nosotros?


Cuando mi impaciencia superó a mi caballerosidad, saqué mi maleta al pasillo y llamé a su puerta.


Ella la abrió vestida como una pin up caracterizada de mujer de negocios traviesa y me llevó un siglo subir desde sus piernas hasta sus pechos y por fin a su cara.


—Hola, preciosa.


Ella me dedicó una sonrisa tímida.


—Hola.


—¿Lista? —pregunté pasando a su lado para coger su maleta. La manga de mi chaqueta le rozó el brazo desnudo y antes de que pudiera entender del todo lo que estaba pasando, ella me había agarrado la corbata y se la había enredado en el puño. 

Un segundo después tenía la espalda contra la pared y su boca sobre la mía. 

Me quedé helado por la sorpresa.


—Vaya, menudo saludo —murmuré contra sus labios.

Con una mano sobre mi pecho, empezó a soltarme la corbata y gimió dentro de mi boca cuando sintió que mi miembro empezaba a crecer contra su cuerpo. Sus hábiles dedos me sacaron la corbata del cuello de la camisa y después la tiraron al suelo antes de que pudiera siquiera recordar que teníamos que coger un vuelo.


—Paula —dije esforzándome por apartarme de ella y de sus besos—. Cielo, no tenemos tiempo para esto.


—No me importa. —Ella no era más que dientes y labios, lametones por todo mi cuello, manos ávidas soltándome el cinturón y cogiendo mi sexo. 

Solté una maldición entre dientes, completamente incapaz de resistirme a la forma en que me agarraba a través de los pantalones ni a su forma exigente de apartarme y quitarme la ropa. 

—Joder, Paula, has perdido la cabeza, estás salvaje.


La giré y ahora fue su espalda la que estaba contra la pared. Le metí la mano debajo de la blusa y le aparté a un lado sin miramientos una copa del sujetador. Su necesidad era contagiosa y mis dedos recibieron encantados el endurecimiento de sus pezones y la curva firme de su pecho que ella apretaba contra mi palma. Bajé la mano y le subí la falda hasta la cadera, le bajé la ropa interior que ella apartó a un lado con el pie y la levanté del suelo.


Necesitaba estar dentro de ella en ese preciso instante.


—Dime que me deseas —me dijo. Las palabras salían a la vez que sus exhalaciones y eran prácticamente solo aire. Estaba temblando y tenía los ojos fuertemente cerrados.


—No tienes ni idea. Quiero todo lo que me quieras dar.


—Dime que podemos hacer esto. —Me bajó los pantalones y los calzoncillos por debajo de las rodillas y me rodeó la cintura con las piernas a la vez que me clavaba el tacón del zapato en el trasero. Cuando mi miembro se deslizó contra ella, entrando solo un poco, le cubrí la boca porque dejó escapar una especie de lamento, casi un gemido.


O un sollozo. 

Me aparté para mirarle la cara. Tenía lágrimas cayéndole por las mejillas.


—¿Paula

—No pares —me dijo con un hipo, inclinándose para besarme el cuello. 

Escondiéndose. Intentó meter una mano entre los dos para cogerme. Era una extraña forma de desesperación. Ambos habíamos probado los polvos frenéticos y rápidos escondidos en alguna parte, pero esto era algo completamente diferente.


—Para. —La empujé, incrustándola contra la pared—. Cariño, ¿qué estás haciendo?


Por fin abrió los ojos, fijos en el cuello de mi camisa. Me soltó un botón y después otro.


—Solo necesito sentirte una vez más.


—¿Qué quieres decir con «una vez más»?


Ella no me miró ni dijo nada más.


Paula, cuando salgamos de esta habitación podemos dejarlo todo aquí. O podemos llevarnos todo lo que hay con nosotros. Creo que podemos arreglárnoslas...
Pero ¿tú también lo crees? 

Ella asintió mordiéndose el labio con tanta fuerza que ya lo tenía blanco. Cuando lo soltó, se volvió de un rojo tentador y decadente. 

—Eso es lo que quiero.


—Te lo he dicho, quiero más de esto. Quiero estar contigo. Quiero ser tu amante —le juré mientras me pasaba las manos por el pelo—. Me estoy enamorando de ti,Paula.


Ella se inclinó, riendo, y el alivio se sintió en todo su cuerpo. 


Cuando se puso de pie, me acercó otra vez y apretó los labios contra mi mejilla. 

—¿Lo dices en serio?


—Totalmente en serio. Quiero ser el único tío que te folla contra las ventanas y también la primera persona que veas por la mañana a tu lado... después de haberme robado la almohada. También me gustaría ser la persona que te traiga a ti polos de lima cuando hayas comido sushi en mal estado. Solo nos quedan unos meses en los que esto puede ser potencialmente complicado. 

Con mi boca sobre la suya y las manos agarrándole la cara, creo que por fin empezó a entender.


—Prométeme que me llevarás a la cama cuando volvamos —me dijo.


—Te lo prometo.


—A tu cama.


—Joder, sí, a mi cama. Tengo una cama enorme con un cabecero al que puedo atarte y azotarte por ser tan idiota. 

Y en ese momento los dos éramos totalmente perfectos.


En el pasillo, le di un beso final en la palma, dejé caer su mano y abrí la marcha hacia el vestíbulo.

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