Chicago se convirtió en un universo paralelo, uno en el que era como si Billy Sianis nunca hubiera echado la maldición de la cabra sobre los Chicago Cubs y como si Oprah nunca hubiera existido porque en él, Paula ya no trabajaba para Alfonso Media.
Había dimitido. Había dejado uno de los proyectos más grandes de la historia de Alfonso Media. Me había dejado a mí.
Cogí el archivo Papadakis de su mesa; el departamento legal había hecho el borrador del contrato mientras estábamos en San Diego y todo lo que le faltaba era una firma. Paula se podría haber pasado los últimos dos meses de su máster perfeccionando su presentación para la junta de la beca. En vez de eso estaría empezando en otro sitio.
¿Cómo había podido soportar todo lo que le había hecho pasar antes y, sin embargo, irse por aquello? ¿Realmente era tan importante que yo la tratara como a una igual ante un hombre como Gugliotti que eso le había hecho sacrificar lo que había entre nosotros?
Con un gruñido tuve que reconocer que la razón que tenía para preguntar eso también era la razón por la que se había ido Paula. Yo creía que podíamos mantener nuestra relación y nuestras carreras, pero eso era porque yo ya había demostrado lo que podía hacer. Ella era una asistente. Todo lo que necesitaba de mí era que le asegurara que su carrera no iba a sufrir por nuestra temeridad e hice justo lo contrario: confirmarle que así iba a ser.
Tengo que admitir que me sorprendió que en la oficina no se volvieran todos locos con lo que yo había hecho, pero parecía que solo mi padre y Federico lo sabían. Paula había tenido lo nuestro en secreto siempre. Me pregunté si Sara sabría todo lo que había pasado, si estaría en contacto con Paula.
Y pronto tuve mi respuesta. Unos pocos días después de que Chicago cambiara, Sara entró en mi despacho sin llamar.
—Esta situación es una estupidez total.
Levanté la vista para mirarla y dejé el archivo que había estado estudiando para mirarla fijamente lo bastante para hacerla revolverse un poco antes de hablar.
—Quiero recordarle que «esta situación» no es asunto suyo.
—Soy su amiga, así que lo es.
—Como empleada de Alfonso Media de Federico, no lo es.
Me miró durante un largo momento y después asintió.
—Lo sé. No se lo voy a decir a nadie, si eso es lo que insinúa.
—Claro que eso era lo que quería decir. Pero también me refiero a su comportamiento. No quiero que meta las narices en mi despacho sin molestarse en llamar.
Ella pareció arrepentida pero no se arredró ante mi mirada. Estaba empezando a ver por qué ella y Paula eran tan amigas: ambas tenían una voluntad de hierro que rozaba en la imprudencia y eran ferozmente leales.
—Comprendido.
—¿Puedo preguntarle por qué está aquí? ¿Es que la ha visto?
—Sí.
Esperé. No quería presionarla para que rompiera su confianza, pero, Dios santo, estaba deseando sacudirla hasta que soltara todos los detalles.
—Le han ofrecido un trabajo en Studio Marketing.
Exhalé tenso. Una empresa decente, aunque pequeña. Un recién llegado con algunos buenos ejecutivos junior pero unos cuantos gilipollas de marca mayor dirigiéndola.
—¿Quién es su jefe?
—Un tío que se apellida Julian.
Cerré los ojos para ocultar mi reacción. Emilio Julian estaba en la junta y era un ególatra con una afición por llevar mujeres floreros colgadas del brazo que solo rozaba la legalidad. Paula tenía que saberlo, ¿en qué estaría pensando?
«Piensa, imbécil.»
Ella estaría pensando que Julian tenía los recursos para darle un proyecto con suficiente sustancia en el que pudiera trabajar para hacer su presentación dentro de tres meses.
—¿En qué proyecto está trabajando?
Sara caminó hasta mi puerta y la cerró para que la información no llegara a oídos ajenos.
—Sander’s Pet Chow.
Me puse de pie y golpeé la mesa con las dos manos. La furia me estranguló y cerré los ojos para controlar mi genio antes de tomarla con la asistente de mi hermano.
—Pero es una cuenta diminuta.
—Ella no es más que una asistente, señor Alfonso. Claro que es una cuenta diminuta.Solo alguien que está enamorado de ella la dejaría trabajar en una cuenta de un millón de dólares y un contrato de marketing de diez años. —Sin mirarme se giró y salió del despacho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario