Abrí los ojos y vi el sudor en la frente y los labios abiertos mientras me miraba la boca. Los músculos de los hombros se destacaban cada vez que se movía y su torso brillaba con una fina capa de sudor. Lo observé mientras entraba y salía de mí. No estoy segura de lo que dije cuando casi salió del todo y después entro con más fuerza, pero lo dije en voz baja; era algo sucio y lo olvidé instantáneamente cuando me embistió de nuevo.
—Tú me haces sentir arrogante. Es la forma en que reaccionas ante mí lo que me hace sentir como un puto dios. ¿Cómo puedes no darte cuenta de eso?
No respondí pero él claramente no esperaba que lo hiciera porque su mirada y los dedos de una de sus manos bajaban por mi cuello y por mis pechos. Encontró un lugar particularmente sensible y yo solté una exclamación ahogada.
—Parece que alguien te ha mordido aquí —dijo pasando el pulgar por la marca de sus dientes—. ¿Te ha gustado?
Tragué y empujé contra él.
—Sí.
—Chica pervertida.
Le pasé las manos por los hombros y por el pecho, después los abdominales y los músculos de las caderas y rocé una y otra vez con el pulgar su tatuaje.
—También me gusta esto.
Sus movimientos se hicieron irregulares y forzados.
—Oh, joder, Paula... No puedo... No puedo aguantar más. —Oír su voz tan desesperada y fuera de control solo intensificó mi necesidad de él.
Cerré los ojos y me centré en la deliciosa sensación que empezaba a extenderse por mi cuerpo. Estaba tan cerca, justo al borde. Metí la mano entre los dos y mis dedos encontraron el clítoris y empecé a frotármelo lentamente.
Él inclinó la cabeza, miró mi mano y exclamó:
—Oh, joder. —Su voz sonaba desesperada y su respiración ya no era más que una sucesión de jadeos profundos—. Tócate así, justo así. Deja que te vea. —Sus palabras eran todo lo que necesitaba y con un último contacto de los dedos, sentí que el orgasmo me embargaba.
El orgasmo fue intenso. Me apreté contra él y las uñas de mi mano libre se clavaron en su espalda. Él gritó y su cuerpo se estremeció cuando se corrió en mi interior. Todo mi cuerpo se sacudió con las consecuencias del orgasmo y me recorrieron unos leves temblores cuando fue desapareciendo. Me aferré a él, que se quedó quieto y su cuerpo se hundió contra el mío. Me besó el hombro y el cuello antes de darme un beso en los labios. Nuestros ojos se encontraron brevemente y después se apartó de mí.
—Dios, mujer —dijo con un profundo suspiro y forzando una risa—. Me vas a matar.
Ambos rodamos para ponernos de costado al unísono, con las cabezas en nuestras almohadas. Cuando nuestras miradas se encontraron yo no fui capaz de apartarla. Ya había perdido cualquier esperanza que hubiera tenido de que la vez siguiente fuera menos intensa o de que nuestra conexión se fuera de alguna forma fundiendo si conseguíamos sacar todo aquello de nuestros sistemas.
Esa noche de «tregua» no iba a atenuar nada. Yo ya quería acercarme, besarle la mandíbula sin afeitar y volver a tirar de él hacia mí. Mientras le miraba me quedó claro que cuando esto acabara iba a doler una barbaridad.
El miedo atenazó mi corazón y el pánico de la noche anterior volvió, trayendo consigo un silencio incómodo. Me senté y me tapé con las sábanas hasta la barbilla.
—Oh, mierda.
Su mano salió y me agarró por el brazo.
—Paula, no puedo...
—Probablemente deberíamos ir preparándonos —le interrumpí antes de que acabara esa frase. Podía ser el principio de mil formas de romperme el corazón—Tenemos que asistir a una presentación dentro de veinte minutos.
Él pareció confuso durante un momento antes de hablar.
—La ropa que tengo aquí no está seca. Y ni siquiera sé dónde está mi habitación.
Intenté no ruborizarme al recordar lo rápido que había pasado todo la noche anterior.
—Vale. Me llevaré tu llave y te traeré algo.
Me duché rápido y me envolví en una gruesa toalla deseando haber tenido el buen juicio de traer uno de los albornoces del hotel al baño conmigo. Inspiré hondo, abrí la puerta y salí.
Él estaba sentado en la cama y levantó la vista para mirarme cuando entré en la habitación.
—Es que necesito... —Empecé a decir señalando mi maleta.
Él asintió pero no hizo ademán de hablar. Nunca había tenido vergüenza de mi cuerpo. Pero estar allí de pie, sin nada más que una toalla, sabiendo que él me estaba mirando, me hizo sentir inusualmente tímida.
Cogí unas cuantas cosas y eché a correr al pasar a su lado, sin pararme hasta que estuve de nuevo en la seguridad del baño. Me vestí más rápido de lo que creía posible y decidí que me iba a recoger el pelo y ya terminaría con el resto después.
Cogí las tarjetas-llave de la encimera y volví al dormitorio.
Él no se había movido. Sentado en el borde de la cama con los codos apoyados en los muslos, parecía perdido en sus pensamientos. ¿En qué estaría pensando? Toda la mañana yo había sido un manojo de nervios, con mis emociones pasando de un extremo a otro sin parar, pero él parecía tan tranquilo. Tan seguro. Pero ¿de qué estaba seguro? ¿Qué había decidido?
—¿Quieres que te traiga algo en concreto?
Cuando levantó la mirada, pareció algo sorprendido, como si no lo hubiera pensado.
—Eh... Solo tengo unas pocas reuniones esta tarde, ¿no?
—Yo asentí—. Cualquier cosa que me traigas estará bien.
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