La noche fue un infierno. Apenas dormí ni comí y sufría una erección prácticamente constante desde que salí del restaurante el día anterior. Cuando me dirigí al trabajo,sabía que lo tenía muy crudo. Ella iba a hacer todo lo que pudiera para torturarme y castigarme por haberla mentido; lo enfermizo era que... yo lo estaba deseando.
Me sorprendió encontrar su mesa vacía cuando llegué.
«Qué raro», pensé, ella casi nunca llegaba tarde. Entré en mi despacho y empecé a poner las cosas en orden para empezar el día. Quince minutos después estaba hablando por teléfono cuando oí que la puerta exterior se cerraba de un portazo. Bueno, sin duda ella no me iba a decepcionar; oí que se cerraban de golpe cajones y archivadores y supe que iba a ser un día interesante.
A las diez y cuarto me interrumpió mi intercomunicador.
—Señor Alfonso —su voz tranquila llenó la habitación y a pesar de su obvia irritación, me vi sonriendo mientras pulsaba el botón para responder.
—¿Sí, señorita Chaves? —le contesté y oí que la sonrisa se reflejaba en mi tono.
—Tenemos que estar en la sala de reuniones dentro de quince minutos. Y usted tiene que salir a mediodía para comer con el presidente de Kelly Industries a las doce y media. Leandro lo esperará en el aparcamiento.
—¿Usted no me acompaña? —Parte de mí se preguntó si estaba evitando quedarse a solas conmigo. No sabía muy bien cómo sentirme por eso.
—No, señor. Solo la dirección. —Oí el ruido de papeles mientras ella seguía hablando—. Además, hoy tengo que hacer algunos preparativos para el viaje a San Diego.
—Saldré dentro de un momento —solté el botón y me puse de pie para ajustarme la corbata y la chaqueta.
Cuando salí de mi despacho, mis ojos se posaron en ella inmediatamente. Si tenía alguna duda sobre si me iba a hacer sufrir, se disipó justo en ese momento. Ella estaba inclinada sobre su mesa con un vestido de seda azul que mostraba sus largas piernas delgadas de una forma perfecta. Tenía el pelo recogido sobre la cabeza y cuando se giró hacia mí, vi que llevaba las gafas puestas. ¿Cómo iba a ser capaz de hablar de forma coherente con ella sentada a mi lado?
—¿Listo, señor Alfonso? —Sin esperar respuesta, cogió sus cosas y empezó a caminar por el pasillo. De repente,parecía que sus caderas se movían más. La muy descarada me estaba provocando.
De pie en el ascensor lleno de gente, nuestros cuerpos se vieron apretados el uno contra el otro involuntariamente y yo tuve que reprimir un gemido. Pudo ser mi imaginación, pero me pareció ver el principio de una sonrisa cuando ella rozó «accidentalmente» mi miembro semierecto. Dos veces.
Durante las dos horas siguientes pasé mi propio infierno personal. Cada vez que la miraba, estaba haciendo algo para volverme loco: lanzaba miradas traviesas, se lamía el labio inferior, cruzaba y descruzaba las piernas o se retorcía con aire ausente un mechón con el dedo. Incluso se le cayó un boli y puso la mano despreocupadamente en mi muslo cuando se agachó para recogerlo.
En la comida que tenía después, me sentí a la vez agradecido por librarme del tormento que estaba suponiendo, y desesperado por volver a sufrirlo. Asentí y hablé en los momentos apropiados, pero no estaba realmente allí. Y por supuesto que mi padre fue consciente de que estaba de un humor especialmente silencioso y hosco.
Cuando íbamos de vuelta a la oficina, empezó a sermonearme.
—Durante tres días tú y Paula vais a estar juntos en San Diego sin la pantalla que supone el trabajo de oficina, y no va a haber nadie para meterse entre ambos. Espero que la trates con el máximo respeto. Y antes de que te pongas a la defensiva — añadió levantando ambas manos en cuanto notó que iba a rebatirle—, también he hablado de esto con Paula.
Abrí mucho los ojos y lo miré. ¿Había hablado con la señorita Chaves sobre «mi» conducta profesional?
—Sí, soy consciente de que no eres solo tú —dijo mientras entrábamos en un ascensor vacío—. Ella me ha asegurado que hace todo lo que puede. ¿Por qué crees que, desde el principio, te propuse como su tutor para las prácticas? No tenía ni la más mínima duda de que estaría a la altura de tus expectativas.
Federico estaba en silencio a su lado, con una sonrisa de suficiencia en la cara.
«Gilipollas.»
Fruncí un poco el ceño al darme cuenta de lo que pasaba: ella había hablando en mi defensa. Podía haberme hecho parecer un déspota sin problema, pero en vez de eso ella había aceptado parte de la culpa.
—Papá, admito que mi relación con ella es poco convencional —empecé, rezando para que no supiera lo cierta que era en realidad esa frase—. Pero te aseguro que eso no interfiere de ninguna forma en mi capacidad para llevar el negocio. No tienes nada de qué preocuparte.
—Bien —dijo mi padre cuando llegamos a mi despacho.
Entré y me encontré a la señorita Chaves al teléfono, de espaldas a la puerta,hablando en un tono casi inaudible.
—Bueno, tengo que dejarte, papá. Tengo que ocuparme de unas cosas y te cuento en cuanto pueda. Duerme un poco, ¿vale? —dijo en voz baja. Tras una breve pausa rió, pero no dijo nada más durante en momento. Ni yo ni los dos hombres que estaban a mi lado nos atrevimos a decir nada—. Yo también te quiero, papá.
Mi estómago se tensó al oír aquellas palabras y la forma en que tembló su voz al decirlas. Cuando se volvió en su silla, se sobresaltó al encontrarnos ahí a los tres.
Empezó a recoger unos papeles que había sobre su mesa rápidamente.
—¿Qué tal ha ido la reunión?
—Perfectamente, como siempre —dijo mi padre—. Tú y Sara habéis hecho un gran trabajo ocupándoos de todo. No sé que harían mis hijos sin vosotras dos.
Ella levantó un poco una ceja y vi que se esforzaba por no mirarme y regodearse.
Pero entonces su cara mostró una expresión de desconcierto y me di cuenta de que yo estaba sonriéndole de oreja a oreja, esperando ver un poco de su típico descaro.
De repente puse la mejor cara que pude y me dirigí a mi despacho. Solo entonces me percaté de que no la había visto sonreír ni una sola vez desde que habíamos vuelto y la encontramos hablando por teléfono.
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