domingo, 8 de junio de 2014

CAPITULO 31




—De eso es de lo que quería hablarte. —Se acercó y su olor (a miel y a salvia) me envolvió. De repente me sentí atrapada, como si no hubiera suficiente oxígeno en aquella diminuta habitación. Necesitaba salir de allí inmediatamente. 

¿Qué me había dicho Julia hacía menos de cinco minutos? 


Que no me quedara a solas con él. Buen consejo. Me gustaban mucho estas bragas en concreto y no quería verlas hechas jirones y en su bolsillo.


«Vale, eso no es más que una mentira.» 


—¿Vas a volver a ver a Javier? —me preguntó desde detrás de mí. Tenía la mano en el picaporte. Todo lo que tenía que hacer era girarlo y estaría a salvo. Pero me quedé helada, mirando aquella maldita puerta durante lo que me parecieron varios minutos.


—¿Y eso importa?


—Creía que ya habíamos hablado de eso anoche —dijo y noté su aliento cálido en mi pelo.


—Sí, dijimos muchas cosas anoche. —Sus dedos subieron por mi brazo y deslizaron el fino tirante de la camiseta por mi hombro.


—No quería decir que fue un error —susurró contra mi piel—. Me entró el pánico. 

—Eso no significa que no sea verdad. —Mi cuerpo se apoyó instintivamente contra él y ladeé un poco la cabeza para permitirle un mejor acceso—. Y ambos lo sabemos. 

—De todas formas no debería haberlo dicho. —Me colocó la coleta por encima del hombro y sus suaves labios bajaron por mi espalda—. Vuélvete. 

Una palabra. ¿Cómo era posible que esa simple palabra me hiciera cuestionármelo todo? Una cosa era que me apretara contra una pared o me agarrara por la fuerza, pero ahora lo estaba dejando todo a mi elección. Me mordí el labio con fuerza e intenté obligarme a girar el picaporte. De hecho la mano me tembló antes de caer derrotada contra mi costado.

Me volví y levanté la vista para mirarlo a los ojos. 

Él apoyó la mano en mi mejilla, rozándome el labio inferior con el pulgar.


Nuestras miradas se unieron y justo cuando pensaba que no podría esperar un segundo más, él me acercó a su cuerpo y apretó su boca contra la mía.


En cuanto nos besamos, mi cuerpo dejó de resistirse y de repente parecía que no podía estar lo bastante cerca. El bolso cayó sobre el suelo de baldosas a mis pies y enterré las manos en su pelo, tirando de él hacia mí. Él me apoyó contra la pared y me pasó las manos por el cuerpo, levantándome un poco. Me las metió dentro de los pantalones de yoga y las dejó sobre mi trasero.


—Joder, pero ¿qué llevas? —Se quejó contra mi cuello, con las palmas pasando una y otra vez sobre el satén rosa. Me levantó del todo, yo le rodeé la cintura con las piernas y él me apretó más contra la pared. Gimió y me cogió el lóbulo de la oreja entre los dientes. 

Me bajó un lado de la camiseta y se metió uno de mis pezones en la boca. Yo dejé caer la cabeza, que golpeó contra la pared, cuando sentí el roce de su cara sin afeitar contra mi pecho. Un sonido estridente se oyó, sacándome de mi ensimismamiento. 

Oí que él soltaba un juramento. Era mi teléfono. Me bajó y se apartó. En su cara ya había aparecido su habitual ceño fruncido.


Me arreglé la ropa rápidamente, cogí mi bolso e hice una mueca cuando vi la foto que aparecía en la pantalla.


—Julia —respondí sin aliento.


—Paula, ¿estás en el baño follándote a ese hombre macizo? 

—Ahora mismo vuelvo, ¿vale? —colgué y metí el teléfono en el bolso. Lo miré y sentí que mi lado racional volvía tras la breve interrupción—. Tengo que irme. 

—Mira, yo... —Le cortó mi teléfono que volvió a sonar.


Contesté sin molestarme en mirar la pantalla.


—¡Dios, Julia! ¡No estoy aquí follándome a ningún macizo!


—¿Paula? —la voz confundida de Javier fue la que me llegó a través del teléfono. 

—Oh... hola. —«Mierda.» No podía estar pasándome esto a mí.


—Me alegro de oír que no te... estás follando... a ¿un macizo? —dijo Javier riéndose tenso. 

—¿Quién es? —preguntó Pedro con un gruñido. 

Le puse la mano sobre los labios y le dediqué la mirada más sucia que pude. 

—Oye, no puedo hablar ahora mismo.

—Sí, siento molestarte un domingo, pero es que no podía dejar de pensar en ti. No quiero crearte ningún problema ni nada, pero justo después de que te fueras comprobé mi correo y tenía una confirmación de que habían entregado tus flores.

—¿Ah, sí? —pregunté con fingido interés. Tenía los ojos fijos en los de Pedro. 

—Sí, y parece que quien firmó la entrega fue Pedro Alfonso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario