Fui al baño un momento y justo entonces llegó Javier, con una botella de vino y unas cuantas variaciones de sus efusivos saludos: «¡Oh, estás fantástica!» para mamá, «¿Cómo está la niña?» para Nina, y una recia combinación de apretón de manos y abrazo para Federico y papá.
Yo me quedé algo separado de los demás en el vestíbulo, preparándome mentalmente para la noche que me esperaba.
Habíamos sido muy amigos de Javier mientras crecíamos y en el instituto, pero no le había visto desde que volví a casa.
No había cambiado mucho. Era un poco más bajo que yo, con una constitución delgada, pelo muy negro y ojos azules.
Supongo que algunas mujeres lo considerarían atractivo.
—¡Pedro! —Apretón de manos, abrazo masculino—. Dios, tío. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Mucho, Javier. Creo que desde justo después del instituto —le respondí estrechándole la mano con fuerza—. ¿Qué tal estás?
—Genial. A mí me han ido las cosas muy bien. ¿Y a ti? He visto fotos tuyas en revistas, así que supongo que a ti también te ha ido bastante bien. —Me dio unas palmaditas en el hombro amistosamente.
«Qué idiota.»
Yo asentí y le devolví una sonrisa forzada. Decidí que necesitaba unos minutos más para pensar, me disculpé y subí arriba, a lo que había sido mi antigua habitación.
Nada más cruzar la puerta me sentí más tranquilo. La habitación había cambiado poco desde que yo tenía dieciocho. Incluso cuando estaba en el extranjero, mis padres la mantuvieron prácticamente igual que cuando me fui a la universidad. Me senté en mi antigua cama y pensé en cómo me sentiría si la señorita Chaves tuviera algo que ver con Javier. Realmente era un tío majo, y aunque odiaba admitirlo, había una posibilidad real de que congeniaran.
Pero solo pensar en otro hombre tocándola hacía que todos los músculos de mi cuerpo se pusieran en tensión.
Volví mentalmente al momento en el coche en el que le había dicho a ella que no podía parar. Incluso ahora, a pesar de todas mis bravuconerías falsas, seguía sin saber si podía hacerlo.
Oí que volvían los saludos y la voz de Javier en el piso de abajo y decidí que era hora de ser un hombre y enfrentarme a lo que estuviera por venir.
Cuando llegué al último rellano la vi. Me daba la espalda, pero me quedé sin aire en los pulmones.
Llevaba un vestido blanco.
¿Por qué tenía que ser blanco?
Era una especie de vestidito de verano muy de niña, que le llegaba justo por encima de la rodilla y dejaba a la vista sus largas piernas. La parte de arriba era de la misma tela y tenía lacitos que se ataban encima de los hombros. No podía pensar en otra cosa que en cuánto me gustaría soltar esos lacitos y ver la prenda caerle hasta la cintura. O tal vez hasta el suelo.
Nuestras miradas se encontraron desde diferentes extremos de la habitación y ella sonrió con una sonrisa tan genuina y feliz que durante un segundo incluso me la creí.
—Hola, señor Alfonso.
Mis labios se elevaron un poco al verla hacer su papel delante de mi familia.
—Señorita Chaves—respondí con un gesto de la cabeza.
Nuestras miradas no se separaron ni cuando mi madre llamó a todo el mundo para que saliera al patio a tomar algo antes de cenar.
Nuestras miradas no se separaron ni cuando mi madre llamó a todo el mundo para que saliera al patio a tomar algo antes de cenar.
Cuando pasó a mi lado, hablé en un tono tan bajo que solo ella pudo oír.
—¿Una buena tarde de compras ayer?
Sus ojos se encontraron con los míos con esa sonrisa angelical en la cara.
—Eso te gustaría a ti saber. —Me rozó al pasar y sentí que todo mi cuerpo se tensaba—. Por cierto, ha llegado una nueva línea de ligueros —me susurró antes de seguir a los demás al exterior.
Me quedé parado y la boca se me abrió a la vez que mi mente volvía acelerada a nuestro escarceo en el probador de La Perla.
Un poco más adelante, Javier se acercó a ella.
—Espero que no te importara que te mandara flores ayer a la oficina. Admito que tal vez es un poco excesivo, pero estaba deseando conocerte.
Sentí que se me hacía un nudo en el estómago cuando las palabras de Javier me sacaron de mi ensoñación lujuriosa.
Ella se volvió hacia mí.
—¿Flores? ¿Me llevaron flores?
Yo me encogí de hombros y negué con la cabeza.
—Me fui pronto, ¿se acuerda?
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