—¡Señorita Chaves! —gritó, pero lo ignoré y entré en el ascensor.
«Vamos», me dije mientras pulsaba repetidamente el botón del aparcamiento.
Apareció justo cuando se cerraban las puertas y sonreí para mí mientras lo veía desaparecer. «Muy madura, Paula.»
—¡Mierda, mierda, mierda! —grité dentro del ascensor vacío, a punto de golpear el suelo con el pie. Ese cabrón me había arrancado el último par de bragas.
Sonó el timbre del ascensor que indicaba que habíamos llegado al aparcamiento.
Murmurando para mí me encaminé a mi coche. El aparcamiento estaba poco iluminado y mi coche era uno de los pocos que quedaban en esa planta, pero yo estaba demasiado furiosa para pararme un segundo a pensarlo.
Cualquiera que quisiera tocarme las narices en ese momento iba a tener muy mala suerte. Justo en el momento en que ese pensamiento cruzó mi mente, oí la puerta de las escaleras abrirse estrepitosamente y el señor Alfonso habló a mi espalda.
—¡Dios! ¿Podrías esperar, joder? —me gritó.
No dejé de fijarme en que estaba sin aliento. Supongo que bajar corriendo dieciocho pisos tenía ese efecto.
Abrí el coche y la puerta y tiré mi bolso en el asiento del acompañante.
—¿Qué coño quiere, señor Alfonso?
—Vamos a ver, ¿puedes desconectar el modo arpía y escucharme durante dos segundos?
Me volví bruscamente para mirarlo.
—¿Es que crees que soy algún tipo de prostituta?
Cien emociones diferentes pasaron por su cara en un momento: enfado, impresión, confusión, odio y maldita sea, justo en ese momento estaba para comérselo.
Se desabrochó el cuello de la camisa, su pelo era un desastre y una gota de sudor que le corría por un lado de la mejilla no me estaba poniendo las cosas fáciles. Pero estaba decidida a seguir furiosa.
Manteniendo una distancia de seguridad, él negó con la cabeza.
—Dios —dijo mirando a su alrededor en el aparcamiento—. ¿Crees que te veo como una prostituta? ¡No! Era solo por si acaso... —Se detuvo intentado organizar sus pensamientos.
Pero pareció rendirse al poco, con la mandíbula tensa.
La rabia me recorría el cuerpo con tal fuerza que, antes de que pudiera detenerme,di un paso adelante y le di una bofetada fuerte en la cara. El sonido resonó en el aparcamiento vacío. Con una mirada sorprendida y furiosa, levantó una mano y se tocó el lugar donde le había pegado.
—Eres el jefe, pero tú no eres quien decide cómo funciona esto.
El silencio cayó sobre nosotros. Los sonidos del tráfico y del mundo exterior apenas se registraban en mi conciencia.
—¿Pues sabes qué? —empezó a decir con la mirada oscurecida y dando un paso hacia mí—. Hasta ahora no he oído ninguna queja.«Oh, ese modo de hablar tan suave.»—Ni contra la ventana. —Otro paso—. Ni en el ascensor ni en las escaleras. Ni en el probador mientras veías cómo te follaba. —Y otro—. Ni cuando has abierto las piernas esta mañana en mi despacho, no he oído ni una sola palabra de protesta salir de tu boca.
Mi pecho subía y bajaba rápidamente, sentía el frío metal del coche a través de la fina tela de mi vestido. Incluso con aquellos zapatos de tacón, él me sacaba una cabeza sin problemas y cuando se inclinó pude sentir su aliento cálido contra mi pelo. Solo tenía que mirar hacia arriba y nuestras bocas se encontrarían.
—Bueno, yo he acabado con todo eso —dije con los dientes apretados, pero cada respiración me traía un breve momento de alivio cuando mi pecho rozaba el suyo.
—Claro que sí —susurró negando con la cabeza y acercándose aún más, de forma que su erección quedó apretada contra mi vientre. Apoyó la mano en el coche,
atrapándome—. Has acabado del todo.
—Excepto... Quizá... —dije, aunque no estaba segura de si tenía intención de decirlo en voz alta.
—¿Quizá solo una vez más? —Sus labios apenas rozaron los míos.
Fue demasiado suave, demasiado real.
Volví la cara hacia arriba y susurré contra su boca.
—No quiero desear esto. No es bueno para mí.
Él dilató las aletas de la nariz un poco y justo cuando pensaba que iba a volverme loca, me cogió el labio inferior con fuerza entre los suyos y me atrajo hacia él.
Gimiendo en mi boca hizo más profundo el beso y me empujó bruscamente contra el coche. Como la última vez, levantó las manos y me quitó las horquillas del pelo.
Nuestros besos empezaron siendo provocadores y después más duros,acercándonos y alejándonos, las manos enredadas en el pelo y las lenguas deslizándose la una contra la otra. Solté una exclamación cuando él flexionó un poco las rodillas, clavándome su erección.
—Dios —gemí, rodeándole con una pierna y hundiéndole el tacón en el muslo.
—Lo sé —jadeó él contra mi boca. Bajó la vista hacia mi pierna, me cogió el trasero con las manos y me dio un fuerte apretón a la vez que murmuraba—. ¿Te he dicho lo sexis que son esos zapatos? ¿Qué intentas hacerme con esos lacitos tan traviesos?
—Bueno, llevo otro lazo en otro sitio, pero vas a necesitar un poco de suerte para encontrarlo.
Él se apartó.
—Métete en el maldito coche —me dijo con la voz ronca saliéndole de lo más profundo de la garganta a la vez que abría la puerta de un tirón.
Lo miré fijamente, deseando que algún pensamiento racional consiguiera colarse en mi cerebro confuso. ¿Qué debería hacer? ¿Qué quería? ¿Podía simplemente dejarle tomarme de esa forma otra vez? Estaba tan abrumada por todo aquello que todo mi cuerpo temblaba. La razón me abandonaba rápidamente mientras sentía su mano subir por mi cuello y meterse entre mi pelo.
Me lo agarró con fuerza, tiró de mi cabeza hacia él y me miró a los ojos.
—Ahora.
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