Cerró la gran puerta con un espejo que había frente a un silloncito tapizado en seda y me miró fijamente.
—¿Me has seguido hasta aquí?
—¿Y por qué demonios iba a hacer eso?
—Así que simplemente es casualidad que estuvieras mirando prendas en una tienda de lencería femenina. ¿Un pasatiempo pervertido de los tuyos?
—No se lo crea usted tanto, señorita Chaves.
—¿Sabes? Es una suerte que la tengas grande, así hace juego con esa bocaza tuya.
Y al segundo siguiente me encontré inclinándome hacia delante y susurrando:
—Estoy seguro de que te iba a encantar mi boca también.
De repente todo era demasiado intenso, demasiado alto y demasiado vívido. Su pecho subía y bajaba y su mirada pasó a mi boca mientras se mordía el labio inferior. Se enroscó lentamente mi corbata en la mano y me estiró hacia ella. Yo abrí la boca y sentí la presión de su suave lengua.
Ahora ya no podía apartarme y deslicé una mano hasta su mandíbula y subí la otra hasta su pelo. Le solté el pasador que le sujetaba la coleta y sentí que unas suaves ondas me caían sobre la mano. Agarré con fuerza esa mata de pelo, tirándole de la cabeza para poder acomodar mejor la boca.
Necesitaba más. Lo necesitaba todo de ella. Ella gimió y yo le tiré más fuerte del pelo.
—Te gusta.
—Dios, sí.
En ese momento, al oír esas palabras ya no me importó nada más: ni dónde estábamos, ni quiénes éramos ni qué sentíamos el uno por el otro. Nunca en mi vida había sentido una química tan potente con nadie. Cuando estábamos juntos así, nada más importaba.
Bajé las manos por sus costados y le agarré el borde de la camiseta, se la subí y se la quité por la cabeza, rompiendo el beso solo durante un segundo. Para no quedarse atrás, ella me bajó la chaqueta por los hombros y la dejó caer en el suelo.
Dibujaba círculos con los pulgares por toda la piel mientras movía las manos hasta la cintura de los vaqueros. Se los abrí rápidamente y cayeron al suelo. Ella los apartó de una patada a la vez que se quitaba las sandalias. Yo bajé por su cuello y sus hombros sin dejar de besarla.
—Joder —gruñí. Al levantar la vista pude ver su cuerpo perfecto reflejado en el espejo. Había fantaseado con ella desnuda más veces de las que debería admitir, pero la realidad, a la luz del día, era mejor. Mucho mejor. Llevaba unas bragas negras transparentes que solo le cubrían la mitad del trasero y un sujetador a juego, y el pelo sedoso le caía por la espalda. Los músculos de sus piernas largas y musculosas se flexionaron cuando se puso de puntillas para alcanzarme el cuello. La imagen,junto con la sensación de sus labios, hizo que mi miembro empujara dolorosamente el confinamiento de los pantalones.
Ella me mordió la oreja y sus manos pasaron a los botones de mi camisa.
—Creo que a ti también te gusta el sexo duro.
Yo me solté el cinturón y los pantalones, los bajé hasta el suelo junto con los bóxer y después la empujé hacia el silloncito.
Un estremecimiento me recorrió cuando le acaricié las costillas con las manos en dirección al cierre de su sujetador. Tenía los pechos apretados contra mí como si quisiera meterme prisa y yo la besé por el cuello mientras le soltaba rápidamente el sujetador y le bajaba los tirantes. Me aparté un poco para dejar que el sujetador cayera y por primera vez pude tener una visión completa de sus pechos completamente desnudos ante mí. «Joder, son perfectos.»
En mis fantasías les había hecho de todo: tocarlos,besarlos, chuparlos, follármelos, pero nada comparado con la realidad de simplemente quedarme mirándolos.
Sus caderas se sacudieron contra mí; nada aparte de sus bragas nos separaba ya.
Enterré mi cabeza entre sus pechos y ella metió las manos entre mi pelo,acercándome.
—¿Quieres probarme? —me susurró mirándome fijamente.
Me tiró del pelo con suficiente fuerza para apartarme de su piel.
No se me ocurrió ninguna respuesta ocurrente, nada hiriente que hiciera que dejara de hablar y simplemente se dedicara a follarme. Sí que quería probar su piel.
Lo deseaba más de lo que había deseado nada en mi vida.
—Sí.
—Pídemelo con educación entonces.
—Y una mierda te lo voy a pedir con educación. Suéltame.
Ella gimió, inclinándose hacia delante para permitirme meterme un pezón perfecto en la boca, lo que hizo que me tirara aún más fuerte del pelo. Mierda, eso era genial.
Miles de pensamientos me pasaban por la mente. No había nada en este mundo que quisiera más que hundirme en ella, pero sabía que cuando acabara, nos iba a odiar a los dos: a ella por hacerme sentir débil y a mí por permitir que la lujuria anulara mi sentido común. Pero también sabía que no podía parar. Me había convertido en un yonqui que solo vivía para el siguiente chute. Mi vida perfectamente organizada se estaba rompiendo en pedazos y todo lo que me importaba era sentirla.
Deslicé la mano por sus costados y dejé que mis dedos rozaran el borde de sus bragas. Ella se estremeció y yo cerré los ojos con fuerza mientras agarraba la tela fuertemente con las manos, deseando poder parar.
—Vamos, rómpelas... Sabes que lo estás deseando —murmuró junto a mi oído y después me mordió con fuerza.
Medio segundo después sus bragas no eran más que un montón de encaje tirado en una esquina del probador. Le agarré las caderas con fuerza, la levanté mientras sujetaba la base de mi miembro con la otra mano y la empujé hacia mí.
La sensación fue tan intensa que tuve que obligarla a dejar las caderas quietas para no explotar. Si perdía el control ahora, ella me lo echaría en cara más tarde. Y no le iba a dar esa satisfacción.
En cuanto recuperé el control otra vez, empecé a moverme.
No lo habíamos hecho en esa postura nunca (ella encima, mirándonos a la cara) y aunque odiaba admitirlo, nuestros cuerpos encajaban a la perfección. Bajé las manos desde sus caderas hasta sus piernas, le agarré una con cada mano y me rodeé la cintura con ellas. El cambio de posición me hizo entrar más profundamente en ella y hundí la cara en su cuello para evitar que se me oyera gemir.
Era consciente del murmullo de voces a nuestro alrededor, con gente entrando y saliendo de los otros probadores. La idea de que podían pillarnos en cualquier momento solo mejoraba la situación.
Ella arqueó la espalda a la vez que ahogaba un gemido y dejó caer la cabeza. Esa forma engañosamente inocente con que se mordía el labio me estaba volviendo loco.
Una vez más me vi mirando por encima de su hombro para vernos en el espejo. No había visto nada tan erótico en toda mi vida.
Ella me tiró del pelo otra vez para llevar mi boca hacia la suya y nuestras lenguas se deslizaron la una contra la otra, acompasadas con el movimiento de nuestras caderas.
—Estás increíble encima de mí —le susurré junto a la boca—. Gírate, tienes que ver una cosa. —Tiré de ella y la giré para que viera el espejo. Con su espalda contra mi pecho, ella se agachó un poco para volver a meterme en ella.
—Oh, Dios —dijo. Suspiró profundamente y dejó caer la cabeza sobre mi hombro y yo no estaba seguro de si era por notarme dentro de ella o por la imagen del espejo. O por ambas.
La agarré del pelo y la obligué a volver a levantarse.
—No, quiero que mires justo ahí —dije con voz ronca junto a su oído, mi mirada encontrando la suya en el espejo—. Quiero que lo veas. Y mañana, cuando te encuentres dolorida, quiero que te acuerdes de quién te lo hizo.
—Deja de hablar —me dijo, pero se estremeció y supe que disfrutaba con cada palabra. Sus manos subieron por su cuerpo y después se acercaron al mío hasta que se hundieron entre mi pelo.
Yo recorrí cada centímetro de su cuerpo y le cubrí de besos y mordiscos la parte posterior de los hombros. En el espejo podía ver cómo entraba y salía de ella y por mucho que no quisiera guardar esos recuerdos en mi cabeza, supe que esa era una imagen que no iba a olvidar. Bajé una mano hasta su clítoris.
—Oh, mierda —murmuró—. Por favor.
—¿Así? —le pregunté apretándolo y rodeándolo.
—Sí, por favor, más, por favor, por favor.
Nuestros cuerpos estaban ahora cubiertos por una fina capa de sudor, lo que hacía que el pelo se le pegara un poco a la frente. Su mirada no se apartaba del lugar donde estábamos unidos mientras seguíamos moviéndonos el uno contra el otro y supe que los dos estábamos cerca.
Quería que nuestras miradas se encontraran en el espejo... pero inmediatamente pensé que eso le iba a revelar demasiado. No quería que viera tan claramente lo que me estaba haciendo.
Las voces que nos rodeaban seguían sonando, completamente ajenas a lo que estaba ocurriendo en esa minúscula habitación. Si no hacía algo, nuestro secreto no se iba a poder mantener mucho tiempo. Cuando sus movimientos se hicieron más frenéticos y sus manos se apretaron más y más en mi pelo, le puse la mano en la boca para amortiguar su grito cuando se corrió allí,rodeándome.
Yo acallé mis propios gemidos contra su hombro y tras unas pocas embestidas más, exploté en lo más profundo de ella.
Su cuerpo cayó sobre mí y yo me apoyé contra la pared.
Necesitaba levantarme. Necesitaba levantarme y vestirme, pero no creía que mis piernas temblorosas pudieran sostenerme. Cualquier esperanza que hubiera tenido de que el sexo se volviera menos intenso con el tiempo y yo pudiera olvidarme de esa obsesión acababa de esfumarse.
La razón estaba empezando a volver lentamente a mí, junto con la decepción por haber vuelto a sucumbir a esa debilidad. La levanté y la aparté de mi regazo antes de agacharme para coger mis calzoncillos.
Cuando se giró para mirarme yo esperaba odio o indiferencia, pero vi algo vulnerable en sus ojos antes de que le diera tiempo a cerrarlos y a apartar la vista.
Ambos nos vestimos en silencio; la zona de probadores de repente parecía demasiado pequeña y silenciosa y yo era consciente incluso de todas y cada una de sus respiraciones.
Me enderecé la corbata y recogí las bragas rotas del suelo, depositándolas en mi bolsillo. Fui a agarrar el picaporte y me detuve. Estiré la mano y la pasé lentamente por la tela de encaje de una prenda que colgaba de uno de los ganchos de la pared.
Sus ojos se encontraron con los míos y le dije:
—Compra el liguero también.
Y sin mirar atrás, salí del probador.
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