Por fin solo, volví a entrar en mi despacho y me dejé caer en mi silla. Vale, tal vez estaba un poco de los nervios.
Metí la mano en el bolsillo y saqué lo que quedaba de su ropa interior. Estaba a punto de meterla en el cajón con las otras, cuando me fijé en la etiqueta: «Agent Provocateur».
Se había gastado un dineral en esas. Eso encendió mi curiosidad y abrí el cajón para mirar las otras. La Perla.
Maldita sea, esa mujer iba realmente en serio con su ropa interior. Tal vez debería pararme en la tienda de La Perla del centro en algún momento para ver por curiosidad cuánto le estaba costando a ella mi pequeña colección. Me pasé la mano libre por el pelo, las volví a meter en el cajón y lo cerré.
Estaba oficialmente perdiendo la cabeza.
Por mucho que lo intenté, no pude concentrarme en todo el día. Incluso tras una carrera enérgica a la hora de comer, no pude conseguir que mi mente se apartara de lo que había pasado esa mañana. Hacia las tres supe que tenía que salir de allí.
Llegué al ascensor, solté un gruñido y opté por las escaleras. Justo entonces me di cuenta de que eso era un error todavía peor. Bajé corriendo los dieciocho pisos.
Cuando aparqué delante de la casa de mis padres esa noche, sentí que parte de mi tensión se desvanecía. Al entrar en la cocina me vi inmediatamente envuelto por el olor familiar de la cocina de mamá y la charla alegre de mis padres que llegaba desde el comedor.
—Pedro—me saludó cantarinamente mi madre cuando entré en la habitación.
Me agaché, le di un beso en la mejilla y dejé durante un momento que intentara arreglarme el pelo rebelde. Después le aparté los dedos, le cogí un cuenco grande de las manos y lo coloqué en la mesa, cogiendo una zanahoria como recompensa.
—¿Dónde está Federico? —pregunté mirando hacia el salón.
—Todavía no han llegado —respondió mi padre mientras entraba. Federico ya era un tardón, pero si le añadíamos a su mujer y su hija tendríamos suerte si al menos conseguían llegar. Fui hasta el bar para ponerle a mi madre un martini seco.
Veinte minutos después llegaron ecos de caos desde el vestíbulo y salí para recibirlos. Un cuerpecito pequeño e inestable con una sonrisa llena de dientes se lanzó contra mis rodillas.
—¡Pedrito! —chilló la niña.
Cogí a Sofia en el aire y le llené las mejillas de besos.
—Dios, eres patético —gruñó Federico pasando a mi lado.
—Oh, como si tú fueras mucho mejor.
—Los dos deberíais cerrar la boca, si a alguien le importa mi opinión —dijo Nina, siguiendo a su marido hacia el comedor.
Sofia era la primera nieta y la princesa de la familia. Como era habitual, ella prefirió sentarse en mi regazo durante la cena y yo intenté evitarla para poder comer,haciendo todo lo posible para no sufrir su «ayuda». Sin duda me tenía comiendo de su mano.
—Pedro, quería decirte una cosa —empezó mi madre pasándome la botella de vino—, ¿podrías invitar a Paula a cenar la semana que viene y hacer todo lo posible para convencerla de que venga?
Solté un gruñido como respuesta y recibí una patada en la espinilla por parte de mi padre.
—Dios. ¿Por qué insistís todos tanto en que venga? —pregunté.
Mi madre se irguió con su mejor expresión de madre indignada.
—Esta ciudad no es la suya y...
—Mamá —la interrumpí—, lleva viviendo aquí desde la universidad. Tiene veintiséis años. Esta ciudad ya es bastante suya.
—La verdad, Pedro, es que tienes razón —respondió ella con un tono extraño en su voz—. Ella vino aquí para estudiar, se licenció suma cum laude, trabajó con tu padre unos años antes de pasar a tu departamento y ser la mejor empleada que has tenido nunca... Y todo ello mientras iba a clases nocturnas para sacarse la carrera.
Creo que Paula es una chica increíble, así que hay alguien a quien quiero que conozca.
Creo que Paula es una chica increíble, así que hay alguien a quien quiero que conozca.
Mi tenedor se quedó congelado en el aire cuando comprendí lo que acababa de decir. ¿Mamá quería emparejarla con alguien? Intenté revisar mentalmente todos los hombres solteros que conocíamos y tuve que descartarlos a todos inmediatamente:
«Brad: demasiado bajo. Damian: se tira a todo lo que se mueve. Kyle: gay. Scott: tonto». Qué raro era aquello. Sentí una presión en el pecho, pero no estaba seguro de lo que era. Si tenía que definirlo diría que era... ¿enfado?
¿Y por qué me iba a enfadar que mi madre quisiera emparejarla con alguien?
«Pues probablemente porque te estás acostando con ella, idiota.» Bueno,acostándome con ella no follándomela. Vale, me la había follado... dos veces.
«Follándomela» implicaba una intención de continuar.
También le había metido mano un poco en el ascensor y estaba atesorando sus bragas rotas en el cajón de mi mesa.
«Pervertido.»
Me froté la cara con las manos.
—Vale. Hablaré con ella. Pero no te ilusiones mucho. No tiene el más mínimo encanto, así que te costará salirte con la tuya.
—¿Sabes, Pedro? —dijo mi hermano—. Creo que todo el mundo estaría de acuerdo en decir que tú eres el único que tiene problemas en el trato con ella.
Miré alrededor de la mesa y fruncí el ceño al ver que todas las cabezas asentían,dando la razón al imbécil de mi hermano.
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